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CLUB DE CINE

'Buscando un amigo para el fin del mundo': apocalipsis sin cafeína

El mundo se acaba y en e-cartelera nos preparamos para el fin reseñando esta dulce fábula tragicómica, cuyo punto fuerte reside en sus protagonistas.

Por Jorge R. Tadeo 20 de Diciembre 2012 | 12:15

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Era inevitable. A pocas horas de la tragedia que acabará con el mundo tal como lo conocemos, en e-cartelera dedicamos el último club de cine antes del fin, precisamente al apocalipsis. Nos podríamos haber puesto profundos y revisar la filosófica 'Melancolía' de Lars Von Trier; o grandilocuentes, evocando una de las numerosas maneras de destruír el planeta que ofrece en su filmografía Roland Emmerich con su megalomanía visual. Pero nos ha podido el romanticismo y nos quedamos con el optimismo naïf de la tragicómica 'Buscando un amigo para el fin del mundo', debut en la dirección de Lorene Scafaria, la que fuera guionista de la estimable 'Nick y Norah, una noche de música y amor'.

Inédita en cines en España, probablemente debido a los discretos datos obtenidos en la taquilla internacional, la película sigue a un melancólico cuarentón (Steve Carell) abandonado por su mujer pocos días antes de que la caída de un meteorito destruya la Tierra, que decide buscar alguien para pasar sus últimas horas sin pensar que su existencia ha sido un total fracaso. Encontrará por azar como improbable aliada a su vecina (Keira Knightley), una joven alocada que acaba de abandonar a su novio y desea reunirse con su familia londinense antes de que el final se precipite.

'Buscando un amigo para el fin del mundo': apocalipsis sin cafeína

Tras una divertida presentación que ridiculiza de manera efectiva las hipotéticas reacciones de la gente de a pie ante el fin de los días (desde el desenfreno sexual de unos, a la auténtica indolencia de otros) la película enfrenta a sus personajes al fin de los días desde el lado emocional. No hay aquí una lucha por afrerrarse a la supervivencia o una introspección psicológica que lleve a reflexionar sobre el sentido de la existencia. La historia afronta el dilema desde el punto de vista sentimental, lanzando al espectador la pregunta "cómo y con quién te gustaría pasar las últimas horas en la tierra".

El problema de la propuesta no es que esquive dramas mayores, o que no busque una mayor profundidad en el apocalipsis, sino que la respuesta que da a la mencionada pregunta es tan manida, tópica y difícil de tragarse, que el asunto termina por disparar los niveles de azúcar a fronteras inimaginables. La evolución desde el desencuentro inicial de sus protagonistas, hasta la complicidad y de esta al afecto amoroso, resulta totalmente precipitada y poco versímil, rematada con un final que, si al menos no es del todo "feliz", sí que echa mano de una poética de romanticismo exacerbado para quinceañeros, con efectos similares a los de una tableta de Suchard inyectada en vena (subrayado musical incluído, por supuesto).

'Buscando un amigo para el fin del mundo': apocalipsis sin cafeína

Carell y Knightley

Lo que mejor funciona en el film son sus intérpretes, con Steve Carell al frente, repitiendo eficazmente su sempiterno rol de personaje tristón y abatido al que las circunstancias obligan a despertar de su letargo. Le acompaña una Keira Knightley más que aceptable en un papel cómico al que no nos tiene tan habituados. Y aunque la actriz británica tenga una legión de detractores que critican cierta gestualidad recurrente (como si fuesen pocos los actores a las que achacar 'tics interpretativos') , demuestra una versatilidad y una presencia en pantalla que le permite tener una interesante filmografía que ya quisieran para sí mismas muchas actrices de su generación. Junto a Knightley y Carell encontramos una variada galería de secundarios, con Adam Brody, Derek Luke o Martin Sheen, que están divertidos en sus breves apariciones. Aunque el episodio de rendención que atañe a este último, resulte atronadoramente inversosímil y facilón.

En definitiva, 'Buscando un amigo para el fin del mundo', a pesar de un arranque bastante prometedor, que huye hábilmente del tópico, y de episodios aislados de cierta fuerza (Carell observando a Knigthley mientras telefonea a una familia de la que él carece), acaba resultando tristemente tan ñoña como su título. Y si al menos no molesta con un sermón filosófico al estilo Jorge Bucay, sí se acaba pareciendo demasiado a una novela de Marc Levy. Y eso, para los alérgicos al pasteleo, no resulta demasiado agradable. Ni siquiera a unas horas del final...