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CRÍTICA

'Igelak (Ranas)': Tiempo de pancartas

Gorka Otxoa vuelve a trabajar con Patxo Tellería en esta dramedia con toques musicales y, sobre todo, mucha reivindicación social.

Por Alejandro Rodera Herrero 2 de Diciembre 2016 | 13:40

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Estamos en el mejor momento para hacer cine reivindicativo. Ya no nos encontramos en el meollo del drama de la crisis -aunque los coletazos sigan ahí-, ni ha pasado demasiado tiempo como para que a la gente le dé totalmente igual. Es el momento de invitar a la reflexión, sobre todo para no olvidar. En ese terreno de entretiempos, Patxo Tellería ha invertido la fábula de la rana y el escorpión, sustituyendo a esos seres por otros animales mucho más peligrosos y conflictivos, los humanos. No había cuento mejor para describir lo sucedido en los últimos años, y a lo largo de siglos. Y para que el mensaje sea más efectivo, el realizador vasco no se ha olvidado del entretenimiento en 'Igelak (Ranas)'.

'Igelak (Ranas)'

Tellería nos presenta una España prácticamente postapocalíptica en la primera secuencia, con ruinas y tonos grisáceos. Más adelante se incide de nuevo en esa apariencia devastada de una ciudad arrasada y en la que la gente vaga a la desesperada. Ese planteamiento ya sitúa claramente a la película en ese tono crítico, posición que se refuerza con la evolución del personaje protagonista. Gorka Otxoa da vida a un despiadado banquero, condescendiente con aquello que considera inferior a él en la jerarquía de la selva, pero que ve cómo su aparente seguridad se frustra al ser engañado por su propia empresa. Esto resulta en una huida de las fuerzas del orden, que le llevan a adentrarse en un colectivo antisistema con una nueva identidad y un menos cuidado físico. Un giro muy interesante, ya que contrapone la ideología de un personaje que se muestra implacable ante la desgracia ajena, pero que termina en un lugar donde la sociedad es horizontal, en detrimento de esa verticalidad que pone en la cima a unos pocos.

Este banquero es la esencia de la cinta. La utopía de reformar a las personas cuya solidaridad perdió efecto hace tanto tiempo que ni ellos se acuerdan. El cambio de mentalidad del protagonista al alterarse su entorno de mantiene en realidad como una incógnita, pero es evidente la reflexión que Tellería quiere que nos llevemos a casa. En general el mensaje es positivo, algo que contraría la verdadera situación que se nos muestra al comienzo. Se van arrojando haces de esperanza, manteniendo siempre algún drama de fondo, pero la película se envuelve por un halo optimista después del esperpento inicial. Lo ideal tampoco se refleja como perfecto, ya que ese colectivo "horizontal" sigue teniendo pretensiones de liderazgo, algo que estamos acostumbrados a escuchar en los telediarios. Por lo tanto, aunque la luz brille más fuerte en ese ambiente, no se esconden ciertas sombras, ni se canoniza a unos personajes por encima de otros, aunque el villano, el gran escorpión que es el jefe del banco, no muestre rastro de duda en su fuero maligno.

'Igelak (Ranas)'

Buscando la sonrisa

Esa nave se convierte en el lugar perfecto para aunar daños colaterales de la crisis, al mismo tiempo que se trata de no demonizar en exceso al sistema capitalista. En cambio, la crítica se centra en retratar con precisión los intereses elitistas de las altas esferas. Aun así, los conflictos acaban sabiendo a superficiales, sin llegar a ahondar demasiado en esos dramas que se encierran en el colectivo y en la familia del hombre cuya identidad suplanta el banquero en su huida. Otro elemento que potencia el factor del entretenimiento reivindicativo es la música diegética, algo a lo que Otxoa ya debe estar más que acostumbrado, ya que en 'Los miércoles no existen' ya se acostumbró a ver de repente a un grupo de música en medio de la escena sin que resulte extraño. La presencia de los músicos dentro de las secuencias es una constante que introduce la banda sonora con mayor fluidez, sin sacarnos de la historia.

'Igelak (Ranas)' muestra signos de visión crítica, pero queda algo ahogada con los destellos de optimismo desmesurado que se van incrementando poco a poco. Aunque hay que reconocerle a Tellería que en ningún momento traiciona a sus personajes ni al mensaje moral que nos quiere transmitir, dejando un final abierto a nuestra imaginación para que completemos la reflexión por nosotros mismos.

Nota: 6

Lo mejor: Se agradece que en nuestro país se reflexione sobre la situación existente sin ser demasiado moralistas ni aleccionadores.

Lo peor: El ambiente dentro de la nave del colectivo resulta demasiado inocente e idílico, retrata las consecuencias de la crisis, pero no la zona más oscura de la misma.