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'Billy Elliot': bailar en tiempos de Thatcher

Aprovechamos la muerte de la 'dama de hierro' para repasar este emotivo film ambientado en los años más crudos del Thatcherismo.

Por Jorge R. Tadeo 11 de Abril 2013 | 08:00

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En el año 2000, la potente productora británica 'Working Title' (impulsora en los 90 de grandes éxitos como 'Cuatro bodas y un funeral' o 'Notting Hill') dejaba en manos del reputado director teatral Stephen Daldry un jugoso (aunque delicadado) guion de Lee Hall, para obtener como resultado una ópera prima extraordinaria que cosechó un enorme y merecido éxito.

El guion de 'Billy Elliot' enlaza con habilidad una historia de iniciación y superación pre-adolescente, un retrato de una época dura y un entorno gris (el del norte de Inglaterra durante la durísima huelga minera de mediados de los 80 con Margaret Thatcher en el poder) pinceladas de melodrama familiar a través de una emocionante relación paterno-filial, con generosas dosis de humor y muy buena música.

'Billy Elliot': bailar en tiempos de Thatcher

'Billy Elliot' se acerca a sus personajes de manera honesta y en modo alguno simplista. Comenzando por el propio Billy (espléndida la interpretación de Jamie Bell en un papel de gran exigencia dramática) que es mucho más que el 'niño rarito' pero talentoso de turno y siguiendo por su rígido padre (el excelente Gary Lewis) o esa inolvidable profesora de baile interpretada brillantemente por Julie Walters (nominada al Oscar por su agradecido papel). El impecable reparto se extiende a una nada desdeñable galería de secundarios del entorno del protagonista, incluyendo un hermano socialmente combativo, una entrañable abuela que funciona como alivio cómico de la función, o un amigo homosexual, un personaje que es todo un riesgo en una función de corte familiar.

La danza como refugio

Pero lo que convierte a la película en una obra importante, es su rotundo subtexto sobre la supervivencia del arte en un ambiente hostil y a priori poco adecuado para desarollar el talento. La película es una exaltada celebración de que las flores más bellas puedan crecer en los jardines más descuidados y convierte las adversidades del protagonista en la mecha que prende su genio, y la danza en la manera de expresar su rechazo a todo lo que le rodea y disgusta (magnífica es en ese sentido la secuencia del arrebatado baile de Billy en la calle al ritmo de 'Town called malice' de The Jam).

'Billy Elliot': bailar en tiempos de Thatcher

La película, por supuesto, tiene tiempo también para poner sobre la mesa el dilema de los mineros de la época, forzados a elegir entre la lucha por sus derechos y el sustento de sus familias (hay una descarnada discusión voz en grito entre el hermano y el padre de Billy que pone la piel de gallina) y Daldry va filtrando de manera dosificada entre el grisáceo ambiente que retrata, luminosas pinceladas de esperanza para su entusiasta protagonista, que atraviesa su etapa de iniciación en medio de una crisis familiar y un conflicto que se escapa absolutamente a su control (otro momento memorable es aquel en el que Billy y su amiga pasean junto a una enorme hilera de antidisturbios totalmente ajenos a ella).

En resumen, película de divertido encanto, que emociona sin golpes bajos a pesar de su elevada carga dramática y dibuja un valioso reflejo de una época y un lugar, a la vez que se erige en un producto familiar excepcionalmente honesto. 'Billy Elliot' es, por tanto, una magnífica oportunidad para recordar el legado oscuro de Ms. Thatcher ahora que las necrológicas se empeñan en glorificar su figura, así como una esperanzadora reivindicación del arte como vía de escape o elemento de evasión que sobrevive a todo tipo de hostilidades e incluso se refuerza con ellas. Estupenda.

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