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PRECRÍTICA

'El príncipe Caspian': más efectos, menos alma.

La segunda entrega de Las Crónicas de Narnia se nos presenta ligeramente más adulta y oscura, pero la ausencia de dramatismo en sus personajes la convierte en una mera sucesión de efectos especiales.

Por Óscar Martínez 2 de Julio 2008 | 17:16

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Nuevamente dirigida por Andrew Adamson y protagonizada por Ben Barnes, William Moseley, Skandar Keynes, Anna Popplewell, Georgie Henley, Sergio Castellitto, Peter Dinklage y Alicia Borrachero entre otros, a principios de este mes de julio llega a nuestras pantallas 'Las Crónicas de Narnia: el príncipe Caspian'.

Secuela inmediata de 'Las Crónicas de Narnia: el león, la bruja y el armario', esta segunda entrega de los personajes creados por C. S. Lewis transcurre un año después de los acontecimientos de su predecesora, cuando los reyes y las reinas de Narnia -los cuatro hermanos Pevensie- vuelven a reunirse en ese remoto y fantástico mundo, donde descubrirán que han pasado más de 1.300 años, calculados en tiempo narniano. Durante su ausencia, la Edad de Oro de Narnia ha terminado, y los Telmarinos han conquistado el reino de Narnia, que ahora está dominado por el malvado Rey Miraz, quien gobierna sin piedad.

Pocas novedades nos ofrece 'Las Crónicas de Narnia: el príncipe Caspian' en comparación con su predecesora, por lo que sus seguidores sin duda volverán a ver cumplidas sus expectativas, mientras que sus detractores hallarán nuevamente los mismos errores del pasado. Y es que esta segunda adaptación de las historias creadas por C. S. Lewis sigue exactamente las mismas premisas que su antecesora, evitando transgredir o innovar en ninguno de sus aspectos; por ello, aquellos que esperaban una Narnia más oscura o más violenta, en definitiva, más adulta, se sentirán profundamente defraudados, a pesar de sus engañosos primeros compases.

Causa y efecto

Si la primera entrega pecaba de evocar en el espectador cierto tolkienismo en clave infantil -a pasar de resultar cronológicamente pareja a la Tierra Media-, 'Las Crónicas de Narnia: el príncipe Caspian' reincide en dicha actitud, ofreciéndonos nuevamente la ancestral propuesta del Bien contra Mal, la Imaginación y la Fantasía contra la la tiranía y el despotismo, si bien quien así lo desee también podrá encontrar una suerte de Cruzada en clave fantástica en su argumento.

La diferencia, pues, entre la adaptación del universo Tolkien y el universo Lewis vuelve a ser la misma: su elaboración. Y es que 'Las Crónicas de Narnia: el príncipe Caspian' nuevamente impone los efectos especiales al tratamiento de sus personajes, alarmantemente planos y exentos de carisma, con lo que, consecuentemente, la acción y los giros argumentales de la película de Andrew Adamson se convierten en una anodina sucesión de hechos, una monótona causa y efecto de previsible desenlace y carente de tensión. Si a esto le sumamos la ausencia de una personificación maligna mínimamente perturbadora -como lo fuera en la primera entrega Tilda Swinton-, 'Las Crónicas de Narnia: el príncipe Caspian' se reduce a un mero conglomerado de criaturas fantásticas, un bello envoltorio con aires de grandeza cyuos moradores, con la excepción quizá del Trumpkin interpretado por Peter Dinklage, realizan una mera función de bulto más que de interacción.

A esto cabe sumarle nuevos ecos -justificados o no, pero inevitables en cualquier caso- a 'El Señor de los Anillos', con lo que esta segunda entrega no puede considerarse sino como una nueva permutación de una fórmula ya cansina, en la que el espectador, sea de la edad que sea, se siente incapaz de identificarse con ninguno de sus personajes, cuyos rasgos y comportamientos pueden resumirse a la perfección con uno o dos calificativos.

Así y todo, se puede ver para pasar un rato meramente entretenido, a pesar de su extenso metraje.