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CRÍTICA

'No llores, vuela': El arte del postureo

La nominada al Oscar Claudia Llosa regresa a nuestras pantallas con un drama rodado en inglés protagonizado por Jennifer Connelly y Cillian Murphy.

Por Daniel Lobato Fraile 20 de Enero 2015 | 11:48

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Es fácil hacerse la picha un lío intentando comprender qué es lo que nos está contando Claudia Llosa en 'No llores, vuela', su primera incursión en el cine angloparlante. La directora y guionista peruana construye un drama sobre la culpabilidad y el perdón que transcurre en dos tiempos, con la cetrería y el arte de la sanación como adornos narrativos.

Jennifer Connelly

Una fantástica Jennifer Connelly protagoniza esta historia interpretando a una mujer que un buen día descubre que tiene el poder de sanar a la gente. Pero no a todo el mundo -si no, nos quedaríamos sin excusa para la película-, y no puede hacer nada para por curar a su hijo, gravemente enfermo. Y mientras se nos van describiendo estos pasajes, conocemos a Ivan (encarnado por otro solvente Cillian Murphy), cetrero de profesión que se va con una periodista hasta el frío Ártico en busca de su padre. Dos tiempos (flasbacks mediante) para una misma historia estructura de forma compleja, quizás de forma excesiva, que absorbe igual que deja indiferente al respetable. Todo es muy bonito, evocador, poético, bello... y todos los adjetivos que se os puedan ocurrir, pero vacío. Claudia Llosa ha dado forma a la pretenciosidad con 'No llores, vuela'.

Una película hecha por y para el postureo, digna de una inspirada Isabel Coixet. La directora explota muy bien los exóticos y fríos parajes de Manitoba en Canadá. Contextualiza muy bien sus imágenes, pero se empeña tanto en esconder su historia para que no se pierda el factor sorpresa del clímax que nos tiene preparado, que se torna en una narración confusa e intratable. Tanto, que hasta bien entrado su segundo acto resulta francamente complicado saber muy bien de qué va o cuál es el motor de la historia. Aún y con todo, el montaje se muestra cuidado, la cámara se posa sobre los rostros de los personajes y se queda con ellos para captar sus emociones (o falta de ellas), en un ejercicio que resulta en cierta manera embriagador.

No llores, vuela
El empeño de Claudia Llosa de subrayar una y otra vez sus metáforas cansa, estrujando hasta el extremo cualquier atisbo de sutileza, dejando ver además las costuras del guion como el injustificado romance entre dos de sus protagonistas más que por un mutuo impulso compasivo durante una fría noche. Se carga de recursos y herramientas innecesariamente complicadas para remarcar un suspense que se disipa enseguida; porque carga las tintas en la forma y no en el contenido. Adolece también del mismo problema que Alma salvaje (lo último de Jean-Marc Vallée, también de inminente estreno en nuestro país), y es que muestra cierta incapacidad (o pereza) de dar con un desenlace satisfactorio que cierre su discurso y lo finiquita todo con unas bonitas estampas naturales y la voz en off de la protagonista, quien relata lo mucho que ha aprendido.

Es relativamente sencillo salir anestesiado del visionado del nuevo trabajo de la cineasta peruana. Visualmente su propuesta puede embelesar, pero a medida que uno recobra el contacto con la realidad y medita la experiencia sale a relucir su pretenciosa vacuidad. Claudia Llosa utiliza la poesía como fin, no como medio.

Curanderos que ni van ni vienen

En apariencia la película quiere hablar de la fe, de ese estadio espiritual y trascendente que sobrepasa la ciencia y las cosas tangibles. Expone sus bondades, sin crítica, pero sin profundizar tampoco. A medida que avanza la trama el tema se va diluyendo y se descubre como un mcguffin, detonante del conflicto materno-filial que envuelve al film, y excusa para que la directora se marque -en lo concerniente al tiempo presente- una road movie y muestre lo bien que filma paisajes y el vuelo de las aves de cetrería. Pero nada más. Es, como decía al principio, un adorno que intenta darle un poco más de empaque al guion.