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CRITICA SITGES 2008

'Martyrs', la polémica está servida

Aquellos que buscaban en 'Martyrs' una orgía gore se sentirán hondamente decepcionados, ante una película que busca provocar e incomodar psicológicamente por encima del efectismo visual.

Por Óscar Martínez 14 de Octubre 2008 | 09:50

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Sin duda alguna, una de las películas más esperadas de este Festival de Sitges era 'Martyrs', segundo largometraje de Pascal Laugier tras 'El internado', y que ha sido etiquetada como la película más extrema de este año.

Protagonizada por Mike Chute, Morjana Alaoui, Mylène Jampanoï y Robert Toupin, 'Martyrs' nos sitúa en Francia, a principios de los años 70. Lucie, una niña desaparecida desde hace un año, es descubierta errando al borde de la carretera. Una vez hospitalizada, reaprende a vivir y forja una amistad con Ana, otra niña a cargo de la institución después de haber sufrido abusos en su familia. Y quince años más tarde, en una casa de campo donde vive una familia, aparece Lucie, fusil en mano, disparando al padre de familia.

La polémica está servida

La expectación inicial y posterior controversia que ha generado, genera y generará 'Martyrs' está sin duda justificada. La película de Pascal Laugier juega a la perfección la baza de la polémica y el rechazo, incomodando al espectador como pocas películas han logrado a lo largo de la historia del cine, atacando con un pernicioso doble filo tanto a la moralidad del producto como a la del propio espectador que, a fin de cuentas, ha pagado una entrada para ver un film cuyas premisas conocía sobradamente de antemano.

Dejando a un lado dicha ética cinematográfica -por decirlo de algún modo-, cabe decir que 'Martyrs' posee suficientes virtudes técnicas como para ser tenida en cuenta ya en dicho apartado, ofreciéndonos una contundente a la par que estilizada filosofía del horror tan impactante como elaborada, tanto en su tratamiento de la imagen como en los movimientos de una cámara que deambula por diversos registros -desde el J-Horror al Fake Snuff de corte documental- con una solvencia concienzudamente calculada, gracias en buena parte a un colosal tempo narrativo. De este modo, los diferentes arcos argumentales repletos de elipsis que constituyen 'Martyrs' se le antojan a un servidor -polémicas aparte- como un ejercicio artístico en toda regla, dotado de un nauseabunda belleza, una pesadilla que deambula del terror a imagen y semejanza de las ghost stories de su primer tercio al estilizado salvajismo en clave Hi-Tech de su tramo final.

La polémica y disparidad de opiniones que surgen tras el visionado de Martyrs nace precisamente de la conjura entre dicha concepción artística de la tortura física en conjunción con el desasosiego moral y espiritual -primer y último tramo de la película de Pascal Laugier respectivamente-, momento en el cual el juicio del propio espectador entra a su vez en juego. Y es que la supuesta gratuidad de 'Martyrs' está milimétricamente calculada, ofreciéndonos, por un lado, un primer tercio de violencia física explícita bajo la forma de vendetta que, de un modo u otro, sigue los patrones del género y, por ende, obtiene el beneplácito del público, mientras que en su tramo final Pascal Laugier nos ofrece una tortura completamente alejada de dichos estándares -en la línea de títulos como 'Men behind the sun' o 'Flowers of flesh and blood'- que, a fin de cuentas, objetivamente hablando resulta tan cruel como el resto del metraje anterior.

Y es que el tramo final de 'Martyrs' es de una honestidad implacable, una tortura psicológica en toda regla carente de banda sonora, giros inesperados o sombras cruzando ante la cámara; los artificios típicos del género -y de sus dos primeros tercios- son extirpados quirúrjicamente sin explicación aparente por su director, ofreciéndonos un ejercicio de masoquismo visual en el que la casquería, la sangre y el espectáculo eminentemente gore desaparecen en beneficio de la sobriedad y calculada mesura del maltrato psicológico, la vejación, la mortificación y la humillación deshumanizadas, poniendo a prueba la capacidad de resistencia del espectador en un tour de force pocas veces visto en una pantalla.

Finalmente, Pascal Laugier nos brinda un falso alegato al escarnio visual precedente bajo el aspecto de coartada sectario/espiritual, tan poco convincente para el espectador como justificable e incluso loable para el extasiado personaje interpretado por Catherine Bégin, personificación de una parte de la sociedad que supedita los medios en beneficio de la meta hasta un nivel inhumano y que, mal que nos pese, se encuentra presente a lo largo y ancho de la historia de la humanidad, ya sea bajo la forma de la Inquisición o de nombres propios como los de Menguele.

De este modo, por un lado Laugier se lava tranquilamente las manos en la historia de la propia humanidad, ofreciéndonos un ejercicio de violencia psicológica extrema tan gratuito como, desgraciadamente, plausible, al mismo tiempo que pone en el punto de mira al propio espectador preguntándole con cada uno de sus planos: ¿qué haces viendo esto? ¿Estás enfermo?.

Una película tan valiente y osada como enfermiza.