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CRÍTICA

'Tres colores: Rojo': La fraternidad carmesí

'Tres colores: Rojo' culmina una maravillosa trilogía sobre los tres conceptos de la Libertad, Igualdad y Fraternidad. Kieslowski deja un legado excepcional con esta reflexión sobre lo fraternal.

Miguel Ángel Pizarro
Por Miguel Ángel Pizarro Más 14 de Marzo 2016 | 14:30
Colaborador de eCartelera. Apasionado del cine y la cultura en general. Cine europeo y de animación, mi especialidad.

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Tras su paso por el color 'Azul' y la libertad que conllevaba; y el 'Blanco' con su particular mirada de la igualdad; era el momento de cerrar el círculo con el último de los Tres Colores de Krzysztof Kieslowski. 'Rojo' culmina una magnífica saga a tres con una interesante reflexión sobre lo que significa la fraternidad en varias vertientes. Un relato que pasó por el Festival de Cannes, logró un premio César, cuatro nominaciones a los BAFTA y tres a los premios Oscar.

Valentina es una joven estudiante que trabaja como modelo a tiempo parcial para ganar algo de dinero. Una noche, la chica atropella accidentalmente a un perro. Al ver que tiene una placa con una dirección, Valentina decide llevar al animal junto con su dueño. Allí conoce a Joseph Kern, un huraño juez retirado que se dedica a espiar las conversaciones telefónicas de sus vecinos. Pese a que le cause una inicial aversión, Valentina seguirá interesada en hablar con el anciano, al que poco a poco le irá cogiendo aprecio.

Tres colores: Rojo

La fraternidad helvética como ideal

Si en 'Azul', Francia era el escenario y en 'Blanco' lo era Polonia, para concluir este terceto el cineasta se traslada a Suiza. Sin duda, una elección deliberada, con el carmín como fondo de su bandera y un ejemplo ideal para mostrar lo que significa la fraternidad. En este caso, Kieswloski apuesta por una mirada más optimista que en sus anteriores relatos, aunque para ello haya que mostrar también el lado más amargo de la propia vida.

Valentina, interpretada magistralmente por Irène Jacob (que ya trabajó con Kieslowski en 'La doble vida de Verónica'), simboliza excepcionalmente el sentido de la hermandad. Joven y alegre, intentará buscar un equilibrio en su propia vida y sus allegados. Kieslowski juega con sus personajes como si de palabras encadenadas se tratase, una forma de demostrar que el amor fraternal conecta a personas que no tienen por qué, aparentemente, estar relacionadas. Es así como una chica universitaria, ingenua y llena de vida puede conectar y entenderse con un juez anciano, huraño y con un pasado que le pesa como una losa, encarnado también por un solemne Jean-Louis Trintignant, que le sirvió como preludio para lo que sería después 'Amor'.

Tres colores: Rojo

Los lazos, las relaciones, todo puede estar conectado por líneas invisibles. Sin embargo, Kieslowski no pretende crear un largometraje para mostrar el rostro más bello del amor semejante al de los hermanos, claro que no. La fraternidad puede conllevar a tener también un nexo agridulce, hasta llegar a ser tan amargo como la hiel: No es casualidad que la joven Valentina no se hable con su hermano de sangre, como la infidelidad del personaje de Karin hacia el ingenuo Auguste. Con lo cual, esta propuesta abarca múltiples tipos de relación, llevando a varios niveles ese concepto de la fraternidad, lo que convierte a 'Rojo' en una película que puede tener varios tipos de conclusiones, todas ellas igual de válidas, y eso la convierte en una obra maestra.

Prístino carmín

El rojo, aquel que simboliza la pasión, el derecho y el amor, constantemente hace acto de presencia, de una manera sutil como si del elemento más prístino se tratase. Gracias a una cuidada fotografía, obra de Piotr Sobocinski, que se combina perfectamente con la música de Zbigniew Preisner y el libreto escrito por Kieslowski y Krzysztof Piesewicz, que conforman un grupo artístico creador de obras cinematográficas inmortales y que son un ejemplo estupendo para mostrar un concepto de fraternidad.

Confeccionada con una serena firmeza, 'Rojo' va más allá de cerrar una trilogía por la puerta grande, es el testamento de un cineasta que parecía prever lo que le iba a suceder. Una obra exquisita, rica en matices, excepcionalmente bella en su apartado visual, con unas interpretaciones magistrales y con varios subtextos y capas que hacen de este ensayo cinematográfico una reflexión con múltiples tonalidades rojizas, cual atardecer otoñal en Ginebra. El círculo se cierra y, con él, el recordar que estas tres obras son atemporales, eternas y que hicieron de su creador uno de los autores imprescindibles en la historia del cine.

Nota: 10/10

Lo mejor: Cuidada fotografía, actores magistrales, guión y dirección sólida. Una auténtica obra maestra.

Lo peor: Verlo como algo sólo para cinéfilos o amantes del cine de autor. Su maestría va más allá.

Sagas