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TRAS LA POLÉMICA

'Fe de etarras': La evasión de los ultracuerpos

Se estrena 'Fe de etarras', la segunda película de producción propia de Netflix, que recupera un guion de Borja Cobeaga y Diego San José que nos plantea cómo vivieron el Mundial de Sudáfrica un comando terrorista en Madrid

Por Antonio Miguel Arenas Gamarra 12 de Octubre 2017 | 12:03

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Cuesta desligar la polémica que ha rodeado la campaña promocional de 'Fe de etarras' de la propia película, sobre todo tras la intervención estelar del mismísimo Ministro de Interior, Juan Ignacio Zoido, cuya desafortunada reacción acabó convirtiendo la escena en una viñeta más propia de Mortadelo y Filemón. Y no en vano, el espíritu de Ibáñez sobrevuela la nueva película de Borja Cobeaga, que como si de un número especial del 13 Rue del Percebe en pleno Mundial de Sudáfrica se tratara, encierra en un piso franco a cuatro insospechados miembros de ETA que deben aparentar frente a sus vecinos ser otros españoles más.

'Fe de etarras'

Cualquiera diría que los españoles (y mucho españoles) no estamos para bromas. Basta ojear las noticias o escuchar los comentarios a nuestro alrededor, cargados de tensión. Pero en cambio, afortunadamente seguimos empeñados en responder con todo el sentido del humor y la sorna que nos caracteriza a una realidad que renuncia al diálogo y amenaza siempre con ahogarnos, miremos ahora a Cataluña o miráramos entonces al País Vasco. Y si hay una dupla que ha sabido reírse con sus contradicciones, tópicos y prejuicios es la formada Diego San José y Borja Cobeaga, los guionistas detrás de 'Ocho Apellidos Vascos', 'Ocho Apellidos Catalanes' y 'Vaya Semanita'.

El de 'Fe de etarras' era un proyecto largamente esperado, escrito antes del éxito de 'Ocho apellidos vascos', que había sido rechazado y se encontraba guardado en un cajón desde hace años, al que Netflix ha devuelto a la vida cuando ya no lo esperábamos. Y es cierto que hay algo en sus intenciones y en su razón de ser que probablemente se pierde, se difumina. Quizás sea debido al lapso de tiempo y al nuevo contexto político en el que se encuentra la sociedad vasca, quizás también a que el resultado evita profundizar en el final de ETA como lo hiciera 'Negociador', esquivando cualquier referencia política o una conexión más directa con la realidad, pero en cambio lo que termina es construyendo con pertinencia todo un estado mental.

'Fe de etarras'

Porque aunque hablemos en clave de comedia cuando nos referimos a 'Fe de etarras', del mismo modo que 'Negociador', la película señala el patetismo de sus personajes, su siniestra relación con la violencia y el trasfondo desolador que recorría la sociedad durante el conflicto armado. Basta un detalle en el prólogo que ilustra el sendero por el que encamina Borja Cobeaga la propuesta. En lo que aparenta ser un apetitoso almuerzo entre amigos (y es que como en un piso franco no se comía en ningún sitio), la forma de señalar que nos encontramos ante miembros de ETA es mediante la puesta en escena, cambiando en plena conversación la perspectiva con un plano general desde una habitación en la que se nos descubre el estado transitorio de un comando en Bayona.

Un frío inserto de montaje que marca el tono de una película que asedia al personaje de Javier Cámara, un riojano que lidera un comando en Madrid a la espera de indicaciones. Es precisamente durante esa espera donde transcurre la acción, marcada por la inquietud que despierta un teléfono y una llamada que nunca llega, cuya carga simbólica nos recuerda que cada gag esconde un acto de violencia, cada chapuza un posible atentado, cada diálogo absurdo una renuncia al entendimiento. En definitiva, que todo chiste tiene consecuencias. No, por mucho que algunos así hayan querido verlo (antes de verla), 'Fe de etarras' no es precisamente una película que relativice el terrorismo de ETA.

'Fe de etarras'

Más que una comedia, un estado mental

Pese a dar rienda suelta a diálogos brillantes con los que demuestran su capacidad para relacionar el conflicto vasco con la cultura popular, lo que en cambio sí descuida el guion es el desarrollo de sus personajes. En concreto debido al difícilmente sostenible papel de Julián López y lo forzado de la relación romántica entre los personajes de Gorka Otxoa y Miren Ibarguren, algo que aumenta la sensación de que nos encontramos ante un sketch alargado. En cambio, los mejores hallazgos los encontramos en los secundarios. Como hiciera con Kiti Mánver o Mariví Bilbao, Cobeaga recupera para la causa a Tina Sáinz de entrañable vecina y dibuja gracias a la habilidad cómica de Luis Bermejo un personaje maravilloso, que se evade viendo a la selección española de su solitaria realidad y que recuerda en su composición al de Óscar Ladoire en 'Pagafantas' y el Juancarlitros de Julián López en 'No controles'.

La propuesta sufre cuando trata de plasmar decisiones cinematográficas (el clímax final) en un formato que se antoja más adecuado para televisión, así como equilibrando su inspirada vertiente cómica con claroscuros dramáticos y un desarrollo narrativo coherente. En todo caso, la realidad supera a la ficción y en estos días que una plaga de banderas puebla nuestras fachadas 'Fe de etarras' ha encontrado un inesperado eco. Como si de otra adaptación de 'Body Snatchers' se tratara, los cuatro miembros del comando deben disimular su pertenencia a ETA, se visten con camisetas y banderas de España, cuelgan una gigantesca bandera de su balcón (aunque no tan ridículamente grande como esta), ven el fútbol con sus vecinos... pero al mismo tiempo también se sienten fuera de la banda, disimulan ser terroristas con cada uno de sus actos, se engañan a sí mismos como lo hacemos nosotros cada vez que nos posicionamos. La lucidez de Cobeaga y San José para reflejar el estado mental de nuestra sociedad es innegable. La polémica existencia de esta película tan aguda como inofensiva es solo la muestra de que igual lo que necesitamos son muchas otras que nos sigan incomodando y sembrando dudas.

Nota: 6

Lo mejor: La brillante idea de las banderas como una plaga no podía encontrar estos días un mejor eco en la realidad.

Lo peor: La sensación de que se trata de un sketch alargado.

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