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PRECRÍTICA

'50 hombres muertos', la beatificación del topo

La película de la canadiense Kari Skogland funciona más en su faceta de thriller que a la hora de retratar el conflicto irlandés.

Por Óscar Martínez 8 de Noviembre 2009 | 20:46

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Dirigida por la canadiense Kari Skogland, cineasta forjada en el ámbito televisivo y que ha saltado a la gran pantalla con títulos tan variopintos como 'El tamaño de las sandías' o 'En el punto de mira', '50 hombres muertos' es una nueva revisitación de la lucha por la independencia irlandesa, conflicto que ha sido recorrido a lo largo de su historia en multitud de películas tales como 'En el nombre del padre', 'En el nombre del hijo', 'Domingo sangriento', 'Michael Collins', 'Juego de lágrimas', 'Omagh' o 'El viento que agita la cebada'.

'50 hombres muertos', la beatificación del topo

Por su parte, el filme de Kari Skogland parece sentirse mucho más a gusto recreándose en su faceta de thriller de acción -siguiendo el subgénero del topo a partir de un enorme flashback- que a la hora de retratar una visión conjunta del conflicto, simplificando en su obsesión por mantener cierto distanciamiento objetivo ese pulso en la sombra entre fenianos, unionistas y el MI5, hasta el punto de desvirtuar la complejidad de una pugna político-militar que se remonta muchos años atrás en el tiempo.

Con esto no estamos diciendo que el filme de la canadiense sea frívolo o naif, y todo hay que decirlo, la dualidad moral y la empatía que nos transmiten sus dos protagonistas principales -un Jim Sturgess en estado de gracia y un Ben Kingsley sobrio y apeluconado-, encubre la falta de profundidad política antes reclamada, pero nadie pone en duda que '50 hombres muertos' funciona mucho mejor como biopic en clave de thriller que como retrato del trasfondo sociopolítico en el que se encuadra, cualidad que no deja de resultar desconcertante si la comparamos con sus predecesoras.

'50 hombres muertos', la beatificación del topo

Por contra, la canadiense muestra una gran habilidad a la hora de jugar con el pulso narrativo, alternando los planos generales con una inquieta cámara en mano, la cual nos traslada de manera abrupta y constante del distanciamiento contemplativo a la acción en primera persona, concediendo a las secuencias de acción un ritmo vertiginoso que apenas sí decae a lo largo del filme.

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