La ciencia ficción minimalista es siempre un territorio muy interesante donde, cambiando una regla de la realidad donde vivimos, se pueden explorar interesantes conceptos sobre las relaciones humanas, algunos más radicales como 'Langosta', 'After Yang' o 'Her' y otros algo menos ambiciosos pero igual de interesantes en su propuesta, un territorio donde se situaría 'Contigo, todo' de William Bridges.
Si bien el marco es de ciencia ficción: un test puede lograr decirte con exactitud quién es tu alma gemela, además de situarse en un mundo con mínimos cambios tecnológicos (en los coches, por ejemplo), la realidad es que la película se separa de este contexto para centrarse únicamente en los dos personajes protagonistas y su romance imposible a lo largo del tiempo, uno que habla sobre la tensión entre destino, amor y sobre si estos dos términos tienen conexión alguna.
La tensión romántica se sostiene, más allá de un perfecto uso de los primeros planos donde ambos rostros se funden prácticamente en uno solo, en la capacidad de Brett Goldstein e Imogen Poots de sostener la mirada, ya sea con lágrimas en los ojos, esperanza en la mirada o completo dolor tras el iris, haciendo palpable cada una de las emociones que Bridges capta con una puesta en escena muy cuidada, consiguiendo un difícil balance entre la cercanía de su cámara y el respeto por los personajes, sus decisiones y cómo están determinadas por el miedo, la vergüenza y el dolor.

Estirando el chicle
Es cierto que la película alarga las tramas todo lo humanamente posible y, si bien es interesante desmarcarse del contexto que la sitúa en la ciencia ficción, la repetición de una misma estructura sin explorar precisamente lo que la hace única: ¿qué puede significar existir en un mundo donde el test determina tu destino?, la adentra en un drama romántico más dentro de la lógica del género.
La fotografía de Benoit Soler es un gran punto y, aunque también peca de ese "preciosismo" constante donde los parajes naturales, hoteles de lujo y las calles mojadas de Londres se comen por momentos el plano, lo cierto es que consigue contar un relato propio con los retratos de interiores, mucho más viscerales, austeros e íntimos que reflejan perfectamente el dolor de lo narrado.

Sin duda lo peor de la película es cuando entra la banda sonora original (especialmente en una escena de sexo concreta), que tiene un efecto muy cursi sobre la imagen y que nada tiene que ver con el gran grueso del resto del filme, con un tono muy distinto a esa musicalidad más cercana a el efecto que produce sobre la imagen en cintas como 'Cincuenta sombras de Grey' o 'Culpa mía'.
Las elipsis que duelen
El gesto más interesante de la película, el que realmente consigue elevarla, son las constantes elipsis narrativas elaboradas con una inteligencia emocional destructora. Cada fundido a negro se siente como un desgarro en el corazón, transportándosnos unas semanas, meses o quizás años y desmontando, poco a poco, esa idea de destino que construye el contexto para elaborar algo mucho más humano: la tensión, la atracción, una risa que acaba en beso o unos labios que al despegarse hacen florecer las lágrimas más hirientes.

Cómo la película es capaz de encontrar lo humano en la opresión del determinismo y en la complejidad de sus personajes, es de una belleza desbordante. En su sencillez, esos momentos de conexión pura que se abren con el humor y se cierran con ese mismo concepto: la comedia como medio para entenderse pero también protegerse del otro; consiguen un nivel de intimidad muy alto que logra traspasar esa repetición mencionada anteriormente que lastra la película.
Conforme avanza la película la tensión entre cuerpos es más evidente, la necesidad de juntarse en un mismo plano donde puedan fundirse, con unas elipsis que suben y bajan el ritmo cardíaco saltando entre los picos, los momentos que pueden disfrutar de su amor prohibido y los valles: aceptando que, por mucho que no se quiera, amar también es dejar ir.
Estreno en Apple TV+ el 26 de septiembre de 2025.