En la isla canaria de Lanzarote vive una pareja de adultos a punto de casarse. Irene (Emma Suárez) ya tiene vestido de novia, Ben (José Luis García Pérez) ni siquiera ha avisado a sus padres de que está comprometido. Diego (Manuel Vega) y Alba (Asia Ortega) son sus huéspedes: han venido a celebrar su aniversario a este entorno idílico en medio del Océano Atlántico, en el que, sin embargo, no encuentran paz. El cruce entre ambas parejas agitará las dos relaciones hasta convertirlas en 'Fragmentos'.
Un cuestionario de revista y “Siete preguntas para salvar tu matrimonio” son el desencadenante final de un caos que venía cociéndose desde lejos. Horacio Alcalá compone en su sexto largometraje una obra de claroscuros humanos que se acerca a lo más retorcido del amor; que lo estruja, lo aprisiona, lo desnuda, y saca lo peor de él: una enfermiza toxicidad sustentada por impulsos.
La historia fluye a través de un presente: Diego ha traído a Alba a Lanzarote para reavivar un matrimonio que se cae a pedazos, demolido por cuestiones a las que el espectador no tiene acceso. A lo largo del relato, la información se proporciona en pequeñas dosis, su pasado se va revelando a medida que avanza la acción, sin que llegue nunca a generarse ninguna imagen sólida, definitoria o en primer plano.
Él e Irene parecen entenderse: los únicos dos personajes que no tiran piedras a la cabeza del otro. Dos individuos separados por la edad, por la trayectoria, por toda la vida, pero que se encuentran con la misma responsabilidad de cargar con el peso de la intención. Ambos reman prácticamente sin avanzar, como si estuvieran dando vueltas en un pequeño estanque, porque sus parejas no los acompañan.
La apuesta de Alcalá es onírica y realista al mismo tiempo. La composición de la imagen, la fotografía y la puesta en escena evocan al paraíso que acoge el film, a la vez que capturan emociones terrenales. ‘Fragmentos’ retrata la desesperación, el miedo, la rabia, la vulnerabilidad de los personajes sin piedad y, al mismo tiempo, sin juicio. Quiere a sus protagonistas como lo que son y los deja libres dentro del descorazonamiento, para que enfrenten, por enésima vez, la batalla por arreglar lo roto, aunque eso signifique verle la cara a la derrota continuamente y sin reconocerla.
Algo sobrepasada por su propia propuesta
En un momento llega la explosión: el caos se instala para quedarse y protagonizar el resto del largometraje, un movimiento previsto por el director y cuyo acabado resulta un poco chirriante. El borrón consume la trama, con las idas y venidas de unos personajes a los que les ha sido arrebatado el control, que parecen estar siendo guiados por el desquicie desmesurado. Es parte de ellos, este enloquecimiento, les pertenece; y en eso está acertada la propuesta. Narrativamente hablando, sin embargo, es más compleja de asimilar.
Las píldoras informativas se convierten en piedras y el sentido no termina de flotar en medio de unos impulsos que, si bien son coherentes en sí mismos, se ven sobrepasados por su propia explosión.
Quizás sea esta misma intensidad final la que distrae al espectador de una línea de pensamiento muy potente: ¿cuándo se llega al punto en el que un vínculo no es reconstruible? A lo mejor nunca, y permanecemos entonces en un bucle de toxicidad que decidimos (¿voluntariamente?) no abandonar. ¿Aceptar que el dolor es parte del amor, que es un paso inevitable? ¿Y eterno? ¿Se puede perdonar y naufragar por siempre? ¿Qué se le da de comer, a este tipo de amor? Alba y Diego puede que lo sepan.