Quince canas me salieron de golpe cuado en el concierto del décimo aniversario de Netflix en España, la gran sorpresa corrió a cargo de Yurena, que en riguroso playback rescató su celebérrimo 'No cambié'. Quince canas por la bofetada generacional que me llevé al descubrir que, rodeado de jóvenes Z, ninguno sabía quién era esa señora de llamativo moño pelirrojo. Pero me dio igual, porque pronto se iba a hacer justicia con 'Superestar', la serie creada por Nacho Vigalondo sobre el fenómeno que protagonizó a comienzos del siglo. Ahora aquellas canas me duelen más.
La televisión española vivió una época de salvajismo con la llegada de los 2000. Gran parte de los programas de la parrilla se alimentaban de conflictos y montajes en favor del show, al que muchos personajes se sintieron atraídos como moscas a la miel. De entre todos aquellos, destacó un pintoresco grupo en torno a la figura de Tamara, cuyo deseo de ser cantante se tradujo en el éxito de 'A por ti' y 'No cambié', sus primeros singles, y en un fenómeno conocido como 'tamarismo' que convirtió a todos sus integrantes en frikis.
No son pocas las figuras de la cultura pop denostadas en su época que, con el tiempo, han logrado ser dignificadas. Buen ejemplo de ello es el de Cristina Ortiz, que pudo ser redescubierta y celebrada, con sus luces y sus sombras, con la serie 'Veneno' de Los Javis. Precisamente Javier Calvo y Javier Ambrossi ejercen de productores en 'Superestar', que a diferencia de aquella, pretende repensar a personajes vivos. ¿El resultado? Como el primer disco de Leonardo Dantés: 'No vale la pena'.
Delirio desigual
'Superestar' venía a ser un retrato emocional y profundo de una figura mediática estigmatizada pero se convierte en un ejercicio estilizado de forma y tono más preocupado por diferenciarse que por el alma de sus personajes. Su enfoque estético y conceptual es valiente, pero el desarrollo narrativo resulta desigual. Entre lo pop y lo onírico, lo real y lo fabulado, la serie camina por una cuerda floja que a menudo pierde tensión. La ambición formal no siempre compensa la falta de solidez dramática.

El tono de la serie es deliberadamente surrealista, lo que es aprovechado para rellenar agujeros en los relatos de sus protagonistas o para exagerar más aún las historias que contaban. Este enfoque funciona como metáfora del absurdo, en el que decide quedarse como estilo sin función dejando a gran parte de las figuras del 'tamarismo' ocultas tras la caricatura.
Cada inclasificable personaje tiene su capítulo particular en el que se ahonda de manera desigual en la dimensión humana de cada uno. En ese aspecto los mejores parados son el Leonardo Dantés de Secun de la Rosa, la Margarita Seisdedos de Rocío Ibáñez y, por supuesto, la propia Yurena, que ha estado volcada con el proyecto y a la que da vida Ingrid García Jonsson. Manteniendo el punto de delirio, la actriz equilibra la ternura y excentricidad con una fisicidad desarmante.
Nacho Vigalondo y Claudia Costafreda, directores de la serie, han sacado buen juego de sus actores, que logran llegar a capas a los que el guion no se acerca pues a Paco Porras, Loly Álvarez, Tony Genil y Arlekín, interpretados por Carlos Areces, Natalia de Molina, Pepón Nieto y Julián Villagrán, se les sitúa entre la compasión y lo grotesco. Brillante la caracterización y brillantes todos ellos.

Cae en su propia trampa
La serie confía demasiado en su originalidad formal y en la extravagancia de sus personajes. Por supuesto no falta la recreación de algunos momentos icónicos que fueron carnaza mediática en su día. Algunos de los números musicales de Tamara en televisión, la inauguración de la frutería junto a Dantés y Genil, los bolsazos de Seisdedos a Arlekín o el accidente de este en la Cibeles junto a Álvarez, de la que también vemos el momento momia con las vendas en 'Tiempo de Marte', programa que en la serie recrea 'Crónicas Marcianas' y para el que el propio Vigalondo se presta como presentador. Falta en cualquier caso una crítica más mordaz y directa al papel de la televisión en aquellos años, cuando las sesibilidades sociales eran otras y todo valía.
Uno de los desafíos que 'Superestar' no termina de superar es su indecisión. No queda claro si estamos ante una comedia absurda, un drama disfrazado de parodia, o una fantasía pop sin pretensiones. Esa ambigüedad, que en otros proyectos podría ser un valor, aquí se vuelve problemática. La serie no consigue generar una experiencia emocional sostenida y eso limita su impacto. La mezcla de géneros no termina de cuajar, lo que unido a una serie de recursos que llegan a restar, hace que el resultado final sea más confuso que provocador.

Quien no conociera aquel fenómeno, no va a entrar. Aun así, hay que reconocerle a Vigalondo y compañía la valentía de hacer una serie que no se parece a ninguna otra en el panorama español. 'Superestar' arriesga, experimenta y ofrece momentos de genuina creatividad, aunque también cae en la trampa de su propia excentricidad. Su retrato del 'tamarismo' no es complaciente, pero tampoco plenamente revelador. Quizás es que se trate de un capítulo de nuestra cultura pop imposible de procesar.
'Superestar' se estrena en Netflix el 18 de julio.