Antes de que Whitney Wolfe crease Bumble, la app de citas donde las mujeres dan el primer paso, cofundó Tinder en 2014. Posteriormente, Wolfe demandó a esta segunda empresa por acoso sexual y discriminación de género, señalando principalmente a Justin Mateen, también cofundador y con quien había mantenido una relación personal. Según ella, estas actitudes eran conocidas por el CEO Sean Rad, que no intervino para detenerlas.
En un ejercicio de reconstrucción ficcional, ya que Wolfe no puede hablar con nadie del caso por un acuerdo extrajudicial, Match: La reina de las apps de citas, la película de Rachel Lee Goldenberg, plantea todo este proceso de forma lineal, apostando por una puesta en escena invisible con ritmo frenético que hace de la película un visionado muy ligero, quizás demasiado para la seriedad del tema que aborda.
La cámara no está demasiado presente, dejando que sea lo que ocurre dentro del plano lo que dictamine la sentencia moral de la cinta. Es en las oficinas, con un modelo de actitud masculina que recuerda a 'El lobo de Wall Street', donde Goldenberg encuentra el retrato más visceral e interesante de la película: un mundo, al igual que el exterior, regentado por el patriarcado y sus estructuras.

Una gran Lily James
Ese sistema de validación masculina, magnificado por las relaciones de poder (toxicidad, acoso laboral, "bromas" de mal gusto, desacreditación femenina) es lo que tiene que vivir el personaje de Lily James, al igual que muchas otras mujeres. Ese "micromundo" oficinista, que funciona como paralelo de la sociedad, es lo que más entereza le da a una cinta que continuamente recurre a la verbalización de todo lo que ocurre en pantalla. Este recurso, cada vez más empleado por las plataformas, convierte pasajes de la película en un "audiolibro" que subraya lo que ya cuentan las imágenes.
Gran parte de la película reposa sobre los hombros de Lily James, quien sufre el desgaste físico y especialmente emocional de un mundo diseñado para acabar con su voz. Ese es el segundo mejor punto de la cinta: cómo la dimensión de las redes sociales y los medios de comunicación, concebidos con una mirada patriarcal, cuestionan el relato de Whitney.

Sin consecuencias
Mientras los verdaderos culpables no enfrentan repercusiones más allá de lo judicial (que tampoco es suficiente), la oleada de odio se dirige únicamente hacia ella. El modelo de película puede recordar, por su ritmo, a la industria televisiva: grandes actuaciones y un retrato importante, aunque diluido por la poca fuerza de sus imágenes o por un trabajo que no logra que el caso respire más allá de lo particular.
Al final, lo que queda es un mensaje relevante: una historia quizás desconocida para el gran público y que puede servir como metonimia del machismo que aún impera, especialmente en las estructuras de poder y su validación masculina, que quedan sumergidos en un filme que prefiere seguir la historia de forma sencilla en vez de adentrarse a fondo en los temas que toca.