En el tramo final de la primera temporada de 'Pluribus', Vince Gilligan empuja hasta el límite la gran pregunta que atraviesa toda la serie: si una felicidad sin fricción, sin conflicto y sin individualidad puede seguir siendo considerada humana. El episodio ‘La Chica o El Mundo’ condensa esa disyuntiva en una decisión íntima que recae sobre Carol Sturka, el personaje interpretado por Rhea Seehorn.
El episodio se abre con Kusimayu aceptando su conversión en una pequeña aldea peruana, rodeada de los suyos, inhalando el gas que la integrará en la conciencia compartida. Poco después, los Others abandonan el lugar con una eficiencia casi inquietante, una situación que exploran Vince Gilligan y Rhea Seehorn en una entrevista con Variety. La revelación de que los Others han encontrado la manera de convertir a Carol sin su consentimiento -utilizando óvulos- no contradice, según el equipo, nada de lo establecido anteriormente:
“Lo que necesitan es consentimiento para intrudir físicamente en el cuerpo de alguien. Pero no lo necesitan para cambiar a las personas. Si las células ya existen fuera de su cuerpo o si los óvulos pueden convertirse en células madre mediante un proceso complicado, lo harán. Si pudieran poner su ‘especia’ en el agua, lo harían”.
Para Rhea Seehorn, este descubrimiento supone un evento de una magnitud devastadora: “No creo que la traición pudiera ser mayor. Esos óvulos representan el futuro que Carol quería con su esposa, que ahora está muerta, en parte por culpa de ellos. Y además, Carol había dejado claro que no quería esto. Descubrir que lo están haciendo a sus espaldas implica también ese sentimiento horrible de haberte permitido bajar la guardia, de sentirte una estúpida por haber creído que todavía podías tener amor y alegría”.
La relación con Zosia es el espacio donde esa ambigüedad moral se vuelve más incómoda. Seehorn insiste en que Carol está genuinamente enamorada: “Enamorada es una palabra perfecta. El beso es algo que Carol ni siquiera sabía cuánto necesitaba. Cuando corre por el camino para abrazarla, se da cuenta, casi con sorpresa, de que necesita a la gente, de que la soledad voluntaria no es lo mismo que la soledad impuesta”.
Gilligan resume esta tensión como algo profundamente humano: “Al final se trata de dos personas intentando desesperadamente cambiarse la una a la otra”. Para Seehorn, esa ambigüedad no tiene una respuesta clara: “No sé cómo separar altruismo y manipulación. Incluso los actos de amor más incondicionales suelen tener algún tipo de retorno. Ahora, además, sus sentimientos por Zosia la llevan a verlos como humanos que han sufrido un cambio neurológico, no como monstruos a los que haya que destruir”.
El final de la temporada
El giro final, con Carol aceptando un arma nuclear, no fue el plan inicial: “Teníamos un final que era bueno. Habría sido satisfactorio, pero no tan satisfactorio”. La versión original apostaba por la sutileza: una alianza secreta con Manousos, un juego de doble agente. La decisión de introducir la bomba llegó más tarde y convirtió el cierre en una declaración de guerra abierta: “Son siete mil millones, están en todas partes. Intentan apaciguarla porque saben que tienen la ventaja. Un solo ataque no acabaría con ellos”.
La gran incógnita que deja el final es qué mundo emergería si los Others completaran su proyecto. Para Tatlock, sería “un mundo pacífico, eficiente, sin apego, donde ya no hay necesidad de recrear cultura ni de jugar a ser algo que no se es”. Smith añade que no está claro cuál sería su propósito último, pero que probablemente “sería un mundo agradable”. Gilligan, una vez más, se resiste a cerrar el significado: “Son felices, creo. Pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿es eso el paraíso?”.