El fatalismo se expande en esta excelente película que se sabe conocedora del Hitchcock más personal, no el de falsos culpables, sino el de culpables por quienes acabamos sintiendo y sufriendo empatía.
Pierre Niney aguanta la apuesta de ser casi el único personaje (los demás son puro decorado) y el punto de vista narrativo y su reflejo en los sucesivos espejos que le devuelven una imagen cada vez menos brillante de sí mismo.
En un film que basa su argumento en la disección de la mentira, resulta curioso que al espectador no se le oculte absolutamente nada, haciendo más visible y ridículo el acto de mentir.
Aunque chic y con estilo, esta historia sobre un aspirante a escritor que pone su nombre en el manuscrito de otra persona ha sido contada ya muchas veces.