Un flechazo directo al corazón

Que no os quepa ninguna duda, pese a que nos llega tras varios cambios en la fecha de estreno y sin una campaña promocional a la altura, Hanna es la mejor película de acción de lo que llevamos de año. Ya su primera escena es toda una declaración de intenciones, con la niña cazando arco en mano a un ciervo que la triplica en tamaño. "Lo siento, quería darte en el corazón", susurra antes de acabar con el animal herido. Precisa, mortal y con poco espacio para los sentimientos. Así es la menuda protagonista de la cuarta cinta como realizador de Joe Wright (Expiación), que sorprende a propios y a extraños cambiando el drama por una de espías regalándonos la que hasta ahora es su mejor película.

Porque por mucho protagonista infantil que se precie, Hanna se enmarca de lleno en el estilo de la nueva ola de cine de espionaje comandado por Jason Bourne -con la que guarda aún más similitudes como la búsqueda de identidad-, aunque, eso sí, parta de una premisa original y desconcertante: Hanna es una niña que ha crecido en el bosque con la única compañía de su padre (Eric Bana), un agente retirado y obsesionado con transformar a su hija en la máquina de matar perfecta. Un día la niña decide que ya está preparada para salir a conocer el mundo. Entonces su padre le advierte que hombres malos intentarán asesinarla porque su sola existencia pone en peligro sus misteriosos intenreses. Pero a pesar del peligro no se opone a su marcha ya que, al fin y al cabo, lleva 14 años preparándola para este momento.

A partir de este punto y tras una fuga espectacular -aunque algo confusa- de la prisión en la que encierran a la protagonista, la cinta se transforma en una road movie de persecuciones donde tienen cabida desde una directiva de la CIA (Cate Blanchett repitiendo el rol de nazi comunista de Indiana Jones 5) dispuesta a lavar sus trampos sucios, hasta una inocente familia de hippies que es utilizada por Hanna para viajar sin llamar demasiado la atención. El primer personaje nos sirve para que el chorreo continuo de escenas de acción no decaiga a la vez que se le va agotando la agenda de esbirros a la villana, mientras que los segundos son el pretexto para que la niña conozca, aunque sea de pasada, lo que se ha perdido durante tantos años.

Ya sea rompiendo cuellos o intimando con la hija de la familia, toda está centrado en torno a Saoirse Ronan, capaz de transmitir tanto la dureza de la Hanna kill-mode como la fragilidad y curiosidad de una niña cuya vida ha sido lo más parecido al mito de la caverna de Platón que te puedes echar a la cara. Puede que el personaje recuerde a la reciente Hit-Girl de Kick-Ass, pero Hanna es una versión mucho más realista de una adolescente con tanta sangre fría. De la misma forma que a Hanna no le tiembla el pulso a la hora de apretar el gatillo, tampoco deja de preguntarse cuál es su propósito o si tanta violencia es necesaria. Algo así como una versión del mítico Solid Snake del Metal Gear Solid solo que rubia y de 14 años.

Aunque Ronan sea la cara más representativa de la película, Hanna sería difícil de sostener de no contar con el Joe Wright más inspirado hasta el momento. El realizador demuestra una versatilidad inesperada adaptando de forma estupenda los desolados paisajes que adornan la cinta a una forma de entender el thriller casi de western. Y es que cada combate de Hanna contra sus perseguidores está cargado del simbolismo que se le pide a un clásico y de la eficacia que se le presume a un entretenimiento puro y duro. Hanna es ambas cosas y mucho más, y quizás esas ganas de abarcar más de lo necesario es lo que no impide al título alcanzar el sobresaliente.

Porque las secuencias más profundas en el camino de autodescubrimiento de la joven no terminan de cuajar. Las partes con la familia liderada por Jason Flemyng (Snatch, Benjamin Button) y Olivia Wilde (El Escritor) buscan una trascendencia que no logran alcanzar y de hecho, la propia película acaba olvidándose de esos personajes para centrarse en lo que interesa: el duelo Blanchett-Ronan. Son momentos que además no son necesarios ya que desde el primer momento Hanna se ha ganado nuestra empatía. Pero eso sí, no molestan, y si encima logras raspar algo, eso que te llevas.

Lo que si es una pena es que Hanna esté relegada desde antes de ver la luz a pasar desapercibida por el escepticismo que puede provocar ver a una adolescente comportarse como un Predator de esos que le complicaban la vida al Chuache, ya que si algo no debería provocar esta extraña mezcla es indiferencia. Puede que Hanna no logre ser ese retrato del individualismo contra el orden social que pretende, pero desde luego es una de las propuestas más sugerentes y entretenidas de los últimos meses. De obligado visionado.