Las palabras que no se dicen

Fernando Franco tiene un ensimismamiento especial por los pequeños detalles, las acciones cotidianas y lo que dicen de los personajes. Son elementos que para directores más comerciales pasan desapercibidos y a los que un espectador medio puede desesperar porque (casi) nunca se los han mostrado.

Es un error pensar que el director descuida, con ello, el ritmo de la película. Franco viene de ser montador antes que cineasta y ha llevado a cabo el montaje de películas como Blancanieves, de Pablo Berger, o Que Dios nos perdone, de Rodrigo Sorogoyen. Simplemente al director le dice más, en muchas ocasiones, el silencio y las acciones que las palabras. Por ello las distribuye de esa manera y carga tanto emocionalmente a los personajes, con un aura a veces insoportable.

Utilizó este lenguaje en La herida y ahora repite con Morir y Marian Álvarez, a la que pocos se podrán resistir con su naturalidad y su capacidad de cargar con la historia a pleno pulmón. Hay un relato valiente encima de la mesa que dice en voz alta (es más, reivindica y defiende) lo que solemos callar, el martirio por el que pasan los cuidadores de alguien enfermo y del que quejarse por el sufrimiento propio siempre provoca malas caras en los demás.

Morir habla sobre la culpa, de una pareja que va perdiendo conversaciones sobre las que hablar y, también, sobre los momentos de desahogo. Al lado de Marian Álvarez, Andrés Gertrúdix se queda un poco pequeño aunque tiene un desenlace final su personaje que mejora con creces la actuación.