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CRÍTICA

'El hilo invisible': La aguja de Anderson

Paul Thomas Anderson nos ofrece su película más emocional hasta la fecha, con un Daniel Day-Lewis que se entrega al máximo en el papel que supondrá su retirada de la interpretación. Una historia sobre moda, atracción y amor.

Por Pablo Alberto Cueto Liñán 2 de Febrero 2018 | 09:31

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Paul Thomas Anderson es uno de los autores más estimulantes que el cine estadounidense ha dado a conocer en las últimas décadas. Esa autoría que ya mostró a sus 27 años cuando realizó 'Boogie Nights' no ha hecho más que refinarse con el paso de los años, como el buen vino. 20 años después para ser exactos y, cerca de cumplir los 50, el realizador californiano parece alcanzar su máximo grado de madurez, con la que es probablemente su película más emocional y es que los sentimientos son la aguja que cose esta película.Y parece que a la academia le ha gustado, porque 'El hilo invisible' se ha convertido en la película de la filmografía de Anderson con más nominaciones a los Oscar (6 para ser exactos, incluyendo mejor película, director y actor). Y, como veremos a continuación, no se equivocan.

El hilo invisible

Daniel Day-Lewis interpreta a Reynolds Woodcock, un exitoso y maniático diseñador de moda afincado en el Londres de los 50. Inmerso en su mundo de agujas y costuras, comparte residencia con su hierática hermana Cyril (Lesley Manville) y con su musa; siempre y cuando siga cumpliendo su función inspiradora y provea de frescas ideas al modista. Indescifrable para ellas, Woodcock no duda en desprenderse de sus amantes y, en este carrusel de compañeras de viaje, pone su ojo su siguiente venus. Alma (interpretada por Vicky Krieps) entra de este modo en la vida del atractivo diseñador, sin conocer su carácter controlador y perfeccionista. Paul Thomas Anderson nos introduce en este toma y daca en el que se convierte la relación entre la camarera y el modisto, que ve cómo el carácter de su musa rompe la dinámica de usar y tirar que había seguido hasta ahora.

Cuenta Paul Thomas Anderson que durante el proceso de escritura siempre estuvo en contacto con Daniel Day-Lewis, a quien no le entregó un traje ya confeccionado; fue tomando sus medidas durante meses como un sastre, para entregarle un traje totalmente ajustado a sus dotes y deseos. Y cuando tienes a uno de los mejores actores de la historia interpretando un papel en el que él mismo ha participado de manera activa en su creación, el resultado no puede ser menos que impoluto. Daniel Day-Lewis ha encontrado en Woodcock a su perfecto alter ego. En una interpretación mucho más comedida e introspectiva que en otras ocasiones, a kilómetros del Daniel Plainview de 'Pozos de ambición', su anterior colaboración con Paul Thomas Anderson. No podemos hacer otra cosa que acordarnos del metodismo tantas veces comentado del propio actor y la minuciosidad compulsiva del diseñador. Es el perfeccionismo de Woodcock el que se apodera del intérprete irlandés y viceversa, resultando en una encarnación completa del personaje ideado por Anderson.

El hilo invisible

Pero para construir una relación como la que se presenta en esta película se necesita de una réplica simétrica. Y Vicky Krieps entrega una soberbia interpretación a la altura de las circunstancias. Imagino la presión que debe suponer plantarse delante de tal titán de la interpretación, pero la luxemburguesa no ha palidecido ante el desafío. Su Alma, una inmigrante de un indeterminado país europeo encandila no solo a Woodcock, si no que hace el espectador se sienta inmediatamente ligado a su personaje, que desprende una fuerza tremenda (Tremendos cruces de miradas). Ante una persona cuyas esporádicas relaciones se limitaban al encuentro sexual y al abono de su inspiración, Alma consigue que veamos a un Woodcock sorprendido, que encuentra en ella una presencia contestataria. Alguien con menos miramientos que cualquier mujer con la que hubiera compartido algo similar, que irremediablemente produce una tremenda atracción en él.

Anderson y la cotidianidad del querer

Y aunque la dinámica y la química entre autor y musa esté genialmente plasmada, esa atracción no nunca parece llegar a traspasar la pantalla; algo que no es descabellado pensar que sea premeditado, dada la frialdad con la que Anderson nos muestra la interacción entre los personajes. La barrera que parece haber en ocasiones entre Woodcock y Alma es palpable, pero también lo es en los momentos más íntimos y emocionales, por lo que es posible que nunca lleguemos a conectar del todo con estos amantes, bien es cierto que no sucede del todo lo mismo en las partes más oscuras del film. Lesley Manville, por su parte, aporta una fuerza tremenda a su personaje, desde su sólida y gélida sensatez. En esta película vemos a un Paul Thomas Anderson menos excesivo, ofreciéndonos una cotidianidad narrativa y formal (en el buen sentido) en contraposición al exceso y excentricidad que reinaba en determinados pasajes de películas como 'The Master' o 'Puro vicio'. Aún así, el ritmo languidece en determinados momentos de la narración empañando la impresión final de la película, algo que, si estamos familiarizados con el cine de Paul Thomas Anderson, no perturbará nuestra experiencia.

El hilo invisible

Por tanto, se trata de una de las películas más sentimentalmente sensibles de Anderson, plasmando así el amor y las dinámicas de atracción tan bien como plasmó la paranoia o la autodestrucción en anteriores obras. Él es el hilo invisible que sutura la película (la metáfora era muy golosa). Mención aparte merece la fabulosa composición de Jonny Greenwood (guitarrista de Radiohead) para la banda sonora de la película, nominada al Oscar. Colaborador habitual de Anderson, ha confeccionado una partitura absolutamente magistral, que desde las más oscuras al regusto a Debussy que desprende gran parte de la banda sonora, dota de una atmósfera deliciosa (Cuando no oscura) a la película. Viendo la película podréis pensar que se trata de música clásica, pero no; es una composición original. De las mejores bandas sonoras originales en muchos años.

No es su mejor película, pero se le parece. Ha compuesto una historia de necesidad y atracción, explorando la dualidad de estos dos conceptos. Una historia con la que el director californiano parece encontrarse a sí mismo: resulta difícil no trazar paralelismos entre el perfeccionismo de un autor maníatico y uno de los creadores que más ha refinado su arte en los últimos 20 años. Un paralelismo que afecta también al protagonista de la historia, Daniel Day-Lewis, un actor mimético famoso por sus excentricidades a la hora de meterse en la piel de los personajes que interpreta. Y esta mímesis parece completa, en un papel confeccionado por un sastre como Anderson, fruto de su segunda colaboración. Sí, segunda. Parece que llevan toda la vida trabajando juntos, que son el director y actor ideal el uno para el otro, que están hechos a medida.

Nota: 8

Lo mejor: Las interpretaciones del dúo protagonista. La magistral banda sonora de Jonny Greenwood. La sobriedad de Paul Thomas Anderson.

Lo peor: Se extiende en demasía en ciertas escenas, haciendo que la película pierda fuelle. Puede pecar de fría.