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CRÍTICA

'War Horse (Caballo de batalla)', un Spielberg prefabricado

La apuesta del director al Oscar es un melodrama para todos los públicos tremendamente reiterativo, aburrido, y con mucho edulcorante.

Por Hugo Rosales 11 de Febrero 2012 | 09:00

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Este fin de semana llega a la cartelera española lo nuevo de Steven Spielberg, 'Caballo de batalla'. Un director asiduo a los taquillazos, al cine familiar, y que de vez en cuando, saca su película enfocada a triunfar en los Oscar. Este es el propósito de este film, arrasar en los premios de la Academia; así está nominada en la categoría de mejor película, seis años después de que lo estuviera 'Munich'.

Una película prefabricada para tal cometido, y ya no es solo que los habituados a detectar este tipo de productos estemos hartos de ellos, pues ni siquiera funciona dentro de su calculadísimo contexto. Solo el sueño nos podría librar de la soporífera 'War Horse': artificiosa, cargante, excesivamente repetitiva en sus intenciones y con sobredosis de azúcar y almíbar. Una historia que no da ni para 90 minutos, pero el martirio dura casi dos horas y media.

Jeremy Irvine es Albert

Oda al caballo

Algo que ya se vislumbra en la primera escena, un espectacular recorrido por los campos ingleses con los acordes de la música de John Williams (lo mejor de este desatino) que termina en un primer plano de Albert, el joven protagonista, observando el nacimiento del caballito de marras. El inicio de una historia que lleva a su padre a comprarlo a un precio desorbitado, convencido de las grandes aptitudes del equino, lo que va a traer graves problemas financieros a la familia, a no ser que logren que el animal prepare su terreno para la siembra.

La mala fortuna deparará que el lustroso espécimen tenga que ser separado de su joven amo, pese a su empeño y sus buenos sentimientos, y pasar de mano en mano en tiempos de guerra. La Primera Guerra Mundial podría ser un contexto atractivo, una confrontación armada apenas explotada en las últimas décadas, pero aquí no. Y es que no hablamos de una película bélica, sino de una cursilería sobre la atracción que generan estos equinos, solo hace falta que se paseen por delante de cada uno de los personajes para que su técnica de hipnosis haga efecto, esos ojos nunca fallan. De hecho, porque estamos hablando de un película Disney, en otras manos servidor está convencido de que hubieramos entrado en territorios más escabrosos, y sí, pienso en lo mismo que vosotros.

Nuevos amos para Joey

Manipulando al espectador

Mucho se ha comentado de la escasez de sangre en las contiendas, y eso sería reseñable si las hubiera, porque no hay batalla. Los enfrentamientos se reducen a ver a estos caballos corriendo (obviamente nuestro protagonista corre más, el más veloz de la cuadra), muy poético verlos en movimiento; factoría Disney, no puede haber bajas. Bueno, miento, sí que las hay, pero como el objetivo es dar pena y se trata de una guerra ("No hay vencedores ni vencidos", reza la moraleja) las muertes tienen que ser lo más tristes y crueles posibles, sin excepción. Aquí no mueren soldados, solo nos ofrecen el fusilamiento de unos chavales, por no decir niños, demasiado jóvenes para ir a la guerra; o el mejor amigo de Albert, bajo el lema de ¡Ayúdame!. Trágicos finales en busca de la lágrima fácil; así se pretende manipular al espectador. Y es que por si no hubiera demasiada glucosa, en un momento de la trama nos tienen que introducir dentro de una desestructurada familia de franceses: un abuelo y una nieta que, casualmente, fabrican mermelada en su aldea; y a la niña no le parecía suficiente azúcar el de las fresas. Viva la ridiculez.

Pero Spielberg demuestra que verdaderamente no tiene corazón cuando la toma con los reyes de la función, los caballos. No nos llega con ver cómo mueren, sino que también hay que observar su sufrimiento hasta la extenuación, agonizando, puro morbo. La fatalidad de ver a Joey entre hierros -nombre original del equino, aunque entre tantos amos, muchos apelativos se llevó el animal- demuestra crueldad, sobre todo, si nos debería de resultar tan querido, y todo bajo la patética excusa de reseñar que los ingleses y los alemanes también pueden ser amigos. Aunque nos queda que en esta película solo hay amor de caballo, u otras variantes escondidas, no de humanos.

Caballería en War Horse

Un film que en los aspectos técnicos es excelente, nadie se esperaba lo contrario, pero al margen de ahí provoca indignación. Tiene todo lo necesario, y más, para que los detractores del cine de Spielberg se pongan las botas, pero ni sus fans lo salvamos en esta ocasión. Su universo es claramente reconocible aquí, pero para provocar vergüenza ajena, como ocurre en sus escasas salidas cómicas: un ridículo pato de granja o diversos entrenamientos con Joey. Un producto que es el colmo del edulcoramiento, no creo que funcione ni siquiera en los públicos más infantiles. Peter Mullan haciendo su personaje de siempre, pero como se trata de un producto blanco aquí es más moderado, una especie de Doctor House que bebe para saciar el dolor de una pierna, y de paso su fustración vital; o una madre interpretada por Emily Watson que da la impresión de estar a punto de echar la llorera a cada momento. Y cuando el flamante Albert regrese a casa, a lomos del glorioso Joey, a un servidor le resulta imposible que no le venga a la memoria 'Lo que el viento se llevó' e imaginarse a su madre, tal cual Escarlata O'Hara, soltando un "A Dios pongo por testigo, que jamás volveré a pasar hambre".