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CRÍTICA

'Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles': Jornada de una mujer vacía

Crítica de 'Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles', dirigida y escrita por Chantal Akerman. Considerada la mejor película de la historia por la Sight & Sound.

Miguel Ángel Pizarro
Por Miguel Ángel Pizarro Más 8 de Marzo 2023 | 16:30
Colaborador de eCartelera. Apasionado del cine y la cultura en general. Cine europeo y de animación, mi especialidad.

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'Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles': Jornada de una mujer vacía

En diciembre de 2022, la revista Sight & Sound, de tirada mensual y publicada por el British Film Institute, hizo pública su lista de las mejores películas de la historia, la que lanza cada década. Allá por 2012, la publicación, tras consultar a 846 expertos y críticos, llegó a la conclusión de que 'Vértigo', de Alfred Hitchcock, era el mejor largometraje de todos los tiempos, rompiendo así las seis décadas que 'Ciudadano Kane' llevaba liderando la lista. El reinado al filme del aclamado cineasta británico le ha durado mucho menos, dado que en 2022 fue 'Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles', de la belga Chantal Akerman, la que coronó la lista, tras haber consultado a 1639 profesionales de todo el mundo.

Se coronaba así en la mejor película de la historia para la reconocida publicación británica y la primera realizada por una mujer. Un largometraje que tuvo su première en la Quincena de Realizadores del 28 Festival de Cannes de 1975, donde ya obtuvo un importante reconocimiento que, con el paso de los años, ha ido en constante crecimiento, convirtiendo al film en uno de los trabajos más alabados de la cineasta belga, considera de una de las piezas fundamentales del feminismo cinematográfico, junto con Marguerite Duras. Ambas, precisamente, se han caracterizado por tener una mirada sobre la realidad femenina nada complaciente, yendo hacia los márgenes y explorando situaciones incómodas de visionar.

Jeanne Dielman

Estrenada a finales de febrero en la plataforma Filmin, el servicio en streaming ha aprovechado este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, para llevar a salas comerciales un largometraje que la revista Sight & Sound ha liderado en una lista que no solo lideraron 'Vértigo' y 'Ciudadano Kane', sino también 'El ladrón de bicicletas', emblema del neorrealismo italiano. En el caso de 'Jeanne Dielman', esta obra de culto se ha caracterizado por ser uno de los máximos exponentes del Slow Cinema, al gozar de un estilo puramente minimalista, enfocado en la observación y en el que la narrativa está reducida a lo mínimo, centrándose en las tres jornadas de una mujer vacía y carente de cualquier emoción, cuyas acciones irán derivando en una experiencia inhóspita.

Akerman consiguió algo que, años posteriores, fue emulado por otros cineastas: hipnotizar y crear expectación con planos fijos que muestran los quehaceres diarios de un ama de casa. Se trata de acciones cuya presencia cinematográfica es nimia y solo aparecen como precedente de un hecho mayor. Pero Akerman opta por ponerlo como foco central. Eso sí, decir que 'Jeanne Dielman', en sus 201 minutos de duración, es solo una sucesión de planos fijos de acciones mecánicas sería demasiado reduccionista.

Un retrato hipnótico

El largometraje solo muestra los tres días de una mujer de mediana edad, viuda, ama de casa y cuya máxima es cuidar de su hijo adolescente de 16 años. Akerman le da un añadido turbio, tras sus quehaceres matutinos (en los que se incluye cuidar a la bebé de una vecina que trabaja por las mañanas), ejerce la prostitución. El dinero que recibe por esos favores sexuales son los que mantienen a flote la economía familiar. De hecho, en el acto contemplativo, puede apreciarse una casa que deprime más que otra cosa. De tamaño reducido (el hijo no tiene habitación y duerme en un sofá-cama de un salón sobrecargado de muebles), solo hay una sala de estar, una habitación, un baño, una cocina y un recibidor, lo cual habla mucho de la frágil situación económica de la viuda.

Jeanne Dielman

No obstante, Akerman tampoco justifica los motivos por los que la señora Dielman ejerce la prostitución en lugar de encontrar otro tipo de recurso económico o laboral. Es más, deja al público la libre interpretación de esa elección, dado que apenas explica el pasado de esa mujer, quedándose solo con los hechos de los tres días que plasma. Bajo acciones aparentemente repetitivas, la cineasta plasma la muerte en vida de una mujer que no sabe lo que es el placer. Algo tan sencillo como ir a una cafetería y tomar un café con leche, Dielman lo hace de manera autómata, mirando al vacío en lugar de apreciar el local o mientras se distrae leyendo la prensa o un libro.

Akerman muestra a una mujer incapaz de transmitir emoción alguna, consigo ella y para los demás, envuelta en una dinámica que le ha consumido. Pueden buscarse muchos motivos para que la vida de Dielman haya acabado así, siendo lo más explícito que las mujeres de mediana edad de los años 70 habían sido criadas para tener su destino sellado: ser buenas madres, esposas y amas de casa. De hecho, Akerman hace especial hincapié en ello, mostrando a una mujer que tiene una relación servicial con su vástago y cómo hasta este mismo se cree dueño de la sexualidad de su progenitora (lo que, incluso, provoca el interrogante de si la decisión de Dielman de entregar su cuerpo a cambio de dinero es una manera inconsciente y peligrosa de rebeldía).

Tensión propia del cine de suspense

No obstante, la película es mucho más, mostrando a una protagonista misteriosa e hipnótica, cuyos actos le llevan a entrar en una espiral obsesiva, mostrando cómo su equilibrio puede ser tan frágil que todo su mundo se venga abajo solo porque se le haya pasado de cocción las patatas para la cena tras haber atendido a un cliente. Aquí, Akerman juega con la carta de no revelar completamente el carácter de su protagonista, apenas se conoce su pasado, tampoco se revela qué le ha llevado a estar muerta en vida. La cocina se convierte una prisión patriarcal, cierto, pero Akerman responde con una narración incómoda, que tampoco invita a empatizar con Dielman.

Jeanne Dielman

En ese retrato hierático de una mujer, a la que Akerman siempre retrata con distancia, la cineasta hace alarde de esa mirada nada complaciente sobre la realidad femenina y en cómo el hastío de una condena en vida puede desencadenar que una aparente amable ama de casa sea una bomba a punto de explotar. La división por jornadas permite ver el descenso a los infiernos de la señora Dielman, permitiendo así al público muchas lecturas. Por otro lado, cabe recalcar el dominio que tiene la cineasta en materia de saber mantener intriga en acciones mundanas, casi propias del cine Slice of Life.

Eso sí, la manera de ejecutarlo produce una atmósfera de suspense, con ciertos toques de terror (como los momentos en los que Dielman ejerce de canguro). Vuelve a verse ese poder de Akerman por crear un clima viciado, en el que se siente una mezcla de amargura, desesperación, resignación y odio. Todo ello con acciones tan sencillas como recorrerse media Bruselas para encontrar un botón, tirar dos tazas de café para preparar más o volver a la habitación y regresar a la cocina sin ningún motivo aparente.

Uno de los máximos exponentes del Slow cinema

Una serie de acciones que Delphine Seyrig transmite de diversas formas. Logra que Dielman sea una mezcla de muerto viviente y autómata, que realiza sus labores tanto de manera mecánica como de forma ceremoniosa, como si estuviera preparando su propio acto de seppuku. Dado la inexpresión que debe mantener en todo momento, se trata de uno de los trabajos más logrados que realizó una intérprete que trabajó con otros grandes como Alain Resnais, Luis Buñuel, François Truffaut, Fred Zinnemann y la ya mencionada Marguerite Duras.

Jeanne Dielman

Con un cuidado por el detalle magistral, Akerman muestra también un cuidado técnico excepcional. El montaje, firmado por Patricia Canino, funciona como un reloj suizo; la fotografía, con Babette Mangolte en la dirección, aporta tonos fríos que ahondan en la sensación vacía de su protagonista; su diseño de producción está calculado también al milímetro, obra de Philippe Graff como director artístico. Además de contar con un vestuario de colores asépticos cuyos flashes de color, el fular de Dielman o su cabello pelirrojo, quedan enterrados en un apartamento que parece una prisión.

Akerman pertenece a esa ola de cineastas europeos de los 70, en un momento en el que hay mujeres cineastas polémicas como Liliana Cavani o se veía la consolidación del cine político de Lina Wermüller; eso sin mencionar a Agnès Varda, cuyo impulso y reconocimiento fue una década atrás, al ser una de las piedras angulares de la Nouvelle vague. La realizadora belga marcó otro tipo de visión y es precisamente eso lo que convierte a 'Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles' en un título imprescindible del séptimo arte. Más allá de polémicas y listados que componen el consenso de un grupo concreto de expertos, la obra de Akerman va más allá, invitando a una experiencia cinematográfica excepcional a la par que inmersiva e incómoda, cine en un estado puro, con esa mirada que no pide permiso ni busca captar al público de masas, cuyas intenciones son honestas. Una obra maestra.

9
Lo mejor: La capacidad de Akerman de atrapar con secuencias fijas y un escenario que refleja las ansiedad y terrores de su protagonista.
Lo peor: Es cine de arte y ensayo en su máxima expresión. No engaña y es una propuesta honesta, pero a aquellos a los que no les guste este tipo de producciones, les causará un gran rechazo.
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