CRÍTICA

'La tregua': La deshumanización de la trinchera ideológica

Miguel Ángel Vivas lleva a la gran pantalla la historia de los españoles prisioneros en gulags soviéticos en plena Segunda Guerra Mundial.

Por Víctor Mopez Más 10 de Octubre 2025 | 09:00
La vida se me queda corta para ver todo el cine y las series que me gustaría.

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'La tregua'
'La tregua' (Tripictures)

La filmografía de Miguel Ángel Vivas siempre ha oscilado entre el nervio del thriller y la tensión humana que late en los límites del dolor. Con títulos como 'Secuestrados' o 'Tu hijo', el director ha demostrado un dominio absoluto del sufrimiento físico y moral como materia narrativa. En 'La tregua' lleva esa sensibilidad a un terreno nuevo: un drama histórico ambientado en un gulag soviético donde coinciden republicanos y franquistas españoles. La película convierte el enfrentamiento ideológico en una historia de supervivencia, empatía y desarraigo.

Tráiler 'La tregua'

El punto de partida parte de un hecho real apenas conocido: la presencia de combatientes españoles —de ambos bandos— internados en campos soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial. A partir de esa base, Vivas construye un relato que evita el discurso político explícito para centrarse en el lado más íntimo del conflicto. En el hielo y la penuria, el odio deja de ser una consigna y se convierte en un peso que amenaza con arrastrar a todos.

En el frío del gulag

Desde el primer momento, la ambientación impone respeto. La recreación del gulag es de una verosimilitud sobrecogedora: las localizaciones vascas elegidas por el equipo técnico logran transmitir el aislamiento extremo y la sensación de desamparo. La fotografía, fría y desaturada, convierte el paisaje en un reflejo del alma de los personajes: un mundo en el que la luz existe pero apenas calienta. El trabajo de dirección de arte, minucioso en los detalles, refuerza la sensación de aislamiento y decadencia sin necesidad de subrayados.

Vivas filma el horror desde la contención, sin regodearse en la violencia, pero tampoco ocultándola. Su mirada es seca, casi documental, y esa austeridad formal resulta su mayor virtud. En lugar de recrearse en la crueldad, el director busca el temblor interno de los personajes, la fragilidad de quienes deben convivir con lo que más odian para poder seguir respirando.

Arón Piper en 'La tregua'
Arón Piper en 'La tregua' (TriPictures)

En el centro del relato está el teniente Salgado, interpretado por Miguel Herrán, un soldado franquista de la División Azul. El actor ofrece una interpretación intensa, contenida y llena de matices. Su evolución, desde la rigidez ideológica hasta la duda y el desamparo, da sentido a la película. Sin gestos grandilocuentes, el actor logra transmitir la lenta descomposición de un hombre que empieza a reconocer la humanidad en el enemigo.

Frente a él, Arón Piper encarna al capitán Reyes, republicano y compañero forzoso de cautiverio. Aunque el personaje tiene peso narrativo, su interpretación no alcanza la misma profundidad emocional que la de Herrán. Mantiene un registro correcto, pero su mirada carece de la intensidad necesaria para sostener la tensión entre ambos. En los momentos clave se queda a medio camino entre la contención y la apatía, lo que desequilibra el pulso entre los protagonistas.

Estas carencias brillan más ante un reparto secundario brillante que aporta solidez y realismo. Javier Pereira, Fernando Valdivieso, José Pastor, Manel Llunell y Federico Pérez Rey contribuyen a dar textura al entorno humano que rodea a los protagonistas. Sus rostros, marcados por el hambre y el miedo, aportan una autenticidad que ayuda a entender la desesperación colectiva. En ellos, la película encuentra su pulso coral y la verdad cotidiana que equilibra la abstracción moral del argumento.

Fernando Valdivielso en 'La tregua'
Fernando Valdivielso en 'La tregua' (TriPictures)

El guion plantea una pregunta de fondo: ¿qué queda de las convicciones cuando la supervivencia lo devora todo? Vivas responde sin discursos ni moralejas. Prefiere hablar a través de gestos, silencios y miradas. El guion apuesta por la elipsis, por el peso del tiempo y la repetición como lenguaje. Esa decisión confiere a la película una capa casi espiritual, donde la tregua del título no es solo una pausa en la guerra, sino una suspensión del odio.

A fuego lento

Narrativamente, 'La tregua' avanza con un ritmo pausado y exigente. El paso del tiempo se mide en el desgaste de los cuerpos y en la erosión de las certezas. No hay grandes giros ni explosiones, sino una progresión constante hacia la aceptación. Esa lentitud, que llega a ser excesiva, responde a la intención de sumergir al espectador en el letargo del cautiverio.

La música actúa como un hilo invisible, discreto pero eficaz. No busca manipular ni enfatizar la emoción, sino acompañar el silencio. Lo mismo ocurre con el diseño sonoro: los crujidos de la nieve, los suspiros, el viento que no cesa. Vivas entiende que, en un entorno donde todo ruido puede significar peligro, el silencio es el lenguaje de la supervivencia.

Miguel Herrán en 'La tregua'
Miguel Herrán en 'La tregua' (TriPictures)

Hacia el desenlace, la película se abre a una luz tenue. No hay perdón, pero sí comprensión; no hay reconciliación política, pero sí reconocimiento humano. La "tregua" del título se revela como un acto íntimo, no como un gesto histórico. Es en ese último tramo donde la obra alcanza su mayor profundidad y se aleja de la frialdad inicial para tocar lo emocional sin perder su sobriedad.

'La tregua' es una película dura, honesta y profundamente humana. Puede que no alcance la perfección en su conjunto —la irregularidad interpretativa y cierta rigidez narrativa la alejan de la excelencia—, pero su verdad emocional y su pulso ético son innegables. Miguel Ángel Vivas firma una obra que confirma su madurez como director y su capacidad para convertir el dolor en reflexión. En el corazón de su historia late una certeza: incluso en el infierno, el hombre puede elegir no odiar.

'La tregua' se estrena en cines el 10 de octubre.

6
Lo mejor: La ambientación y recreación del gulag. El llevar a la gran pantalla uno de los capítulos más desconocidos de nuestra historia.
Lo peor: Demasiado metraje y a un ritmo excesivamente pausado dejando momentos planos. Arón Piper no está a la altura.