Llega a los cines españoles 'Orígenes', la última ganadora del Festival de Cine Fantástico de Sitges, una interesante muestra de ciencia ficción filosófica a cargo de Mike Cahill, director la celebrada 'Otra Tierra', que se acerca aquí al peliagudo territorio fronterizo -y a priori excluyente- entre la frialdad científica y el misticismo espiritual, al sumergirse sin miedo al ridículo en las peliagudas teorías sobre la migración del alma.

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El polifacético Michael Pitt interpreta en esta ocasión a un biólogo molecular que lleva a cabo una ambiciosa investigación sobre los patrones del ojo humano y vive un intenso romance de desenlace trágico con una huidiza joven a la que encarna con enigmática dulzura la franco-española Astrid Bergès-Frisbey y que será clave en la obsesiva búsqueda de respuestas del protagonista.
La película comienza con un tono íntimo e introspectivo, centrada en un atípico romance y envuelta siempre en un sugestivo halo de misterio que desvela progresivamente sus claves y evoluciona hacia una reflexiva y ambiciosa fantasía new age que no será fácilmente digerible para una audiencia descreída, pero que está diseñada con la suficiente elegancia y habilidad para que incluso el más cínico de los espectadores pueda comprar su fabulación espiritual de buen grado.
Una puerta a la esperanza
Esto es debido a que Cahill huye hábilmente en el guion del sermón místico, optando por ofrecer a sus espectadores (y no imponerles) una puerta a la esperanza de reencontrarse con la esencia de lo perdido. Una idea que es demasiado atractiva como para ser rechazada, a pesar de su evidente inocencia, a poco que su audiencia tenga el día receptivo a entregarse al espiritualismo para dar respuesta a aquello que escapa al entendimiento o a la explicación empírica.

'Orígenes' se beneficia además de un atractivo aspecto visual, logrado gracias al excelente trabajo de montaje y a la dirección de fotografía a cargo de Markus Förderer. La película entra fácilmente por los ojos y se quedará además en la retina de aquellos espectadores que se dejen atrapar por la telaraña mística que compone minuciosamente su director, que conjuga con mano maestra los planos sentimental, fantástico y filosófico de su historia, generando como resultado final no ya un debate, sino una aparentemente inevitable reconciliación entre la fe y la ciencia.