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CRÍTICA

"Van Gogh, a las puertas de la eternidad", un viaje interior que no remata

La última película de Julian Schnabel usa el lenguaje audiovisual en todo su esplendor para brindarnos un viaje al interior de uno de los artistas más genuinos del S.XIX.

Por Laura Ruiz García 1 de Marzo 2019 | 09:12

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Después del agridulce éxito de "Miral", Julian Schnabel vuelve al cine, esta vez, con un arriesgada biopic sobre uno de los genios de la historia del arte. 'Van Gogh, a las puertas de la eternidad' nos aporta otra mirada sobre la vida del pintor holandés y nos invita a adentrarnos en su locura. Para ello, recurre a Willem Dafoe, quien ha deslumbrado en todos los festivales con su afinada interpretación de este artista incomprendido del s.XIX.

'Van Gogh, a las puertas de la eternidad' nos introduce en los últimos años de la vida del pintor desde una perspectiva muy individualista, recalcando la soledad y aislamiento en el que vivía el protagonista. Planos subjetivos, cámara en mano, planos aberrantes... son recursos que utiliza el autor para meternos en la piel de un Vincent introvertido obsesionado por la luz y la naturaleza.

El film está compuesto de tres piezas elementales: luz, música y voz en off. El director americano habla a través del pintor con un lenguaje elocuente. Planos llenos de luz, una música a piano sencilla, pero muy intensa y pequeños pensamientos del protagonista en off que refuerzan la visión intimista de la historia. La ausencia de diálogos y los silencios también juegan a favor de la subjetividad de este retrato.

Van gogh a las puertas de la eternidad

La fuerza de las imágenes se acompañan con un juego interesante de sonidos. En los momentos de tensión de la historia, Schnabel recurre a una curiosa superposición de sonidos y diálogos, jugando con la repetición y el volumen, y combinándolas con la imagen de una forma magistral. La secuencia de su pelea con Gaugin consigue emocionar por este uso del lenguaje audiovisual tan a flor de piel que nos vuelve a introducir de lleno en la mente y la forma de ser de Vincent.

La intensidad con la que el director habla de este artista se estropea cuando abandona el punto subjetivo e interacciona con otros personajes. El error no está en que nos saquen del protagonista, sino que se usen estas escenas para recrearse en el Van Gogh/mito, y no humano, convirtiendo este retrato en algo pretencioso y superficial. Hacia el final de la película, los diálogos y el discurso de Vincent es tan grandilocuente y repetitivo que resta humanidad a una obra que comienza de una manera impecable.

Willem Dafoe en la piel de Van Gogh

A pesar de no llevarse el Oscar, uno de los atractivos indudables del film es la interpretación de Willem Dafoe como Vincent Van Gogh. El actor realiza una actuación sobrecogedora que logra florecer con todos su matices a este complejo personaje en una historia que es casi un monólogo. En cuanto a su experiencia, Dafoe ha comentado: "No huimos de sus problemas, de sus episodios de locura que alimentaron su arte. Nos hemos concentrado en esa unión entre su trabajo y la naturaleza. En el poder de la naturaleza en su pintura que, al mismo tiempo, es parte de esa locura. No es un accidente que pintara en círculos."

Nota: 6

Lo mejor: Cómo juega con el lenguaje audiovisual, sobre todo, con el sonido.

Lo peor: Que acabe cayendo en la trampa de la idealización del genio y lo deshumanice.