CRÍTICA

'Los pecadores': Colmillos de vampiro como púas de guitarra

Acaba de estrenarse en cines 'Los pecadores', la sobresaliente primera película de Ryan Coogler ('Black Panther', 'Creed') no basada en personajes previamente existentes donde el cineasta se asalvaja como nunca.

Por Eduardo Cardenal Hernando Más 16 de Abril 2025 | 09:28
No sé qué disfruto más, ver películas o hablar sobre ellas. Si no veo una al día, me entra el mono.

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Michael B. Jordan en 'Los pecadores'
Michael B. Jordan en 'Los pecadores' (Warner Bros.)

"Escuche... Los hijos de la noche. ¡Qué música la suya!", exclama Drácula a Jonathan Harker en uno de sus primeros encuentros en la novela escrita por Bram Stoker. Como si fueran aquellos lobos que cantan a la luna de los que habla el conde, los protagonistas de 'Los pecadores' están amenazados de convertirse en hijos de la noche por sus propios aullidos: un blues tan potente que es capaz de llegar a las fuerzas oscuras. "Hay leyendas de gente con el don de hacer una música tan auténtica que puede romper la barrera que separa la vida y la muerte", advierte la primera frase de la película dirigida por Ryan Coogler ('Black Panther', 'Creed. La leyenda de Rocky'), en la que diferentes temas y géneros dialogan entre sí al cimentar todo el proyecto desde el tono provocador que nace de la fusión de tres conceptos tan asociados a los vampiros y al blues como son la seducción, el poder y el peligro.

Protagonizada por Michael B. Jordan como dos hermanos gemelos que vuelven a su ciudad natal para abrir su propio bar, 'Los pecadores' está divida en dos partes diferenciadas en las que un marco cultural y musical, además de la actitud nombrada, presentes durante todo el proyecto les dan cohesión. La primera, donde los elementos sobrenaturales son puntuales y ceden el protagonismo a una historia que bebe del cine de mafiosos en la que dos gánsteres quieren montar un negocio con el que hacerse de oro, funciona como una gran introducción de personajes y contexto gracias a la cual el espectador llegará muy involucrado emocionalmente a una segunda mitad reservada para explotar lo fantástico con una transformación cual 'Abierto hasta el amanecer', donde un tema alejado de aquel género mutaba a una sangrienta y salvaje lucha por la supervivencia contra vampiros.

No, no es spoiler, pues mientras en el caso de la película dirigida por Robert Rodriguez y escrita por Quentin Tarantino el giro de los vampiros se mantiene en secreto hasta que rompe en ello sin ningún tipo de aviso previo, lo nuevo de Coogler desentierra desde la primera escena que estos seres van a entrar en juego.

Michael B. Jordan en 'Los pecadores'
Michael B. Jordan en 'Los pecadores' (Warner Bros.)

La película es como una gran canción de blues: seduce, tiene fuerza y transmite peligro, tres características compartidas no solo con los vampiros, sino que para que los múltiples temas que se exploran encajen entre sí Coogler las utiliza para desarrollar a los protagonistas y a 'Los pecadores', se hable de negocios, amor, música, cultura o del más allá. De esta forma, los cambios temáticos no son bruscos porque el tono del cine de vampiros está presente desde mucho antes de que veamos sacar los colmillos a nadie.

El oscarizado Ludwig Göransson ('Oppenheimer') hace de las imágenes de 'Los pecadores' un pentagrama en el que escribe una banda sonora con una fuerza sobrenatural donde el blues es un personaje más. Tanto por lo mucho que enriquece la atmósfera que quiere crear Coogler como por su presencia en la propia trama, tanto en la parte gánster como en la cultural y fantástica. Sin entrar en detalles, pues ojalá todo el público llegue a disfrutarla sin adelantos, la música es la encargada de abrir del todo la puerta entre gánsteres y vampiros a través de una original actuación musical que cual vampiro que lleva un rato tonteando con su presa finalmente muerde a la película para transformarla en un ser sobrenatural.

Miles Caton en 'Los pecadores'
Miles Caton en 'Los pecadores' (Warner Bros.)

Esta secuencia funciona como puente entre dos frentes que, aunque su coexistencia queda más que justificada, es cierto que puede chocar a aquellas personas que esperasen desde el inicio una película de vampiros o que estuviesen contentos con la historia de mafiosos. Ambos tienen elementos propios de su género que funcionan bien por separado y les otorga interés por sí mismos, como es el caso de la relación de los hermanos por sacar a flote su negocio o en el ámbito vampírico la combinación de elemento clásicos de esta mitología con ideas más modernas de Coogler. Pero aunque ambos tienen fuerza por sí solos lo realmente atractivo es ver cómo dialogan entre sí con el tono que comparten a ritmo de blues, pues en el fondo el largometraje ya era una película de vampiros con dos mafiosos transformando a gente a su banda y una de gánsteres con una familia que se defiende de, en lugar del clan rival, la especie.

Hay algo precioso en el enfoque que Coogler da a los vampiros en 'Los pecadores'. Sin dejar nunca de lado su parte sádica ni de saltarse algún que otro derecho humano con sus formas, en su fondo hay hermandad y amor. No salen a asesinar, ese es el medio, salen a conectar y a crear un mundo sin sufrimiento donde todo el mundo pueda ser libre. Claro que si en el intento por crear su utopía tienen que regalarnos un festín de sangre la idea no les espanta precisamente.

Como un vampiro que se encuentra en mejor estado que nunca tras beber sangre humana después de mucho tiempo conformándose con sangre animal, Ryan Coogler rinde a su más alto nivel desde Fruitvale Station, su gran ópera prima, al volver a dirigir fuera de una IP por primera vez desde precisamente aquel título, aunque en este a su vez también estaba atado en cierta forma al basarse en un suceso real. Tanto las muchas ideas que funcionan mejor como las pocas que lo hacen peor son fruto de un cineasta que se asalvaja, en el mejor sentido de la palabra, al probar la carne fresca y la ataca con la emoción y el ansia del que lleva mucho tiempo esperando ese bocado. Una pasión por compartir lo que lleva dentro tan palpable que contagia al espectador un espíritu festivo donde todo queda en segundo plano al lado de pecar al ritmo de blues y la locura.

9
Lo mejor: La banda sonora. El tono seductor, peligroso y poderoso con el que Coogler une diferentes temas. Lo palpable que es la emoción del director por compartir lo que lleva dentro.
Lo peor: Los flashbacks pecan de sobrexplicativos.