La tierra de Amira

Justino (Manuel Morón) tiene 70 años y es viudo. Vive en una finca solitaria y muy grande, cultivando su pequeño huerto y apartado del mundo. Amira es una joven de 23, una temporera ilegal marroquí, una entre muchas, que ha venido a España a luchar por un futuro mejor.

Una noche, Justino baja al pueblo a poner los tomates que ha recogido a la venta y atropella a Amira accidentalmente; sin graves consecuencias, pero ella queda incapacitada para trabajar. Él pone a disposición su casa hasta que ella se recupere

Este drama social es la fotografía del encuentro entre dos mundos antagónicos, abismados por la edad, el sexo, la cultura y la religión. Justino (Manuel Morón) es un viudo que vive apartado del mundo en una extensa y solitaria finca en la que cultiva un pequeño huerto. Amira (Mina El Hammani) es una de tantas temporeras ilegales marroquíes que buscan en España un futuro mejor. Una noche Justino atropella a Amira accidentalmente. Los daños no son graves, pero ella pierde toda posibilidad de trabajar, por lo que él le ofrece su casa hasta que se recupere. En palabras de su director, guionista de '7 vidas' y 'Aída', su ópera prima “es una apuesta por entendernos, por conocernos y por respetarnos”. Lejos de la disrupción, este debut propone un punto de confluencia desde el que construir con lo opuesto y dialogar de forma serena.

Justino (70) es un viudo que vive apartado del mundo en una extensa y solitaria finca en la que sólo cultiva un pequeño huerto. Amira (23) es una de tantas temporeras ilegales marroquíes que buscan en España un futuro mejor. Una noche que Justino baja al pueblo a vender sus tomates, la atropella accidentalmente. Los daños no son graves, pero ella pierde toda posibilidad de trabajar, por lo que él le ofrece su casa hasta que se recupere. Ella acepta por pura necesidad, con el riesgo que conlleva enfrentar dos mundos antagónicos, abismados por la edad, el sexo, la cultura o la religión. Él está acostumbrado a estar solo, a establecer las normas; ella a volar libre, a decidir por sí misma. La confrontación es constante, y la convivencia a veces imposible, aunque poco a poco va surgiendo una amistad verdadera que les ayudará a afrontar juntos la mirada inquisitiva del pueblo, un núcleo cerrado que observa con recelo y antipatía tan heterodoxa relación. También les permitirá enfrentarse a sus propias inseguridades: ella no sabe leer ni escribir y apenas domina el idioma; él tiene un doloroso pasado que se empeña en olvidar. Pero sobre todo, esa relación les hará comprender que ni están solos, ni el futuro está escrito de antemano. Poco a poco se irán reconstruyendo a sí mismos: Justino le enseñará a trabajar la tierra y Amira le hará creer de nuevo en algo. Y juntos trabajarán por devolver a la vida el erial en que se habían convertido la finca del viejo, fiel reflejo de sus propias vidas.