La terra negra

María regresa al molino industrial del pueblo, un negocio familiar que abandonó años atrás tras una disputa que la dejó aislada, desterrada emocional y socialmente. Ahora trabaja junto a su hermano Ángel, dueño del molino, en una rutina estricta y silenciosa que apenas le permite mantenerse a flote. En el pueblo, su retorno no pasa desapercibido: antiguos conocidos, especialmente los amigos de Ángel, la observan con una mezcla de morbo y desprecio, deleitándose en lo que consideran el fracaso de su vida. Pero María, endurecida por el tiempo y la soledad, no busca reconciliaciones ni compasión. Solo sobrevivir.

La llegada de Miquel, un joven exconvicto a quien Ángel contrata para trabajar en el molino, trastoca el frágil equilibrio de este mundo cerrado y áspero. Su presencia inquieta: hay en él algo que descoloca, una intensidad casi mística, una calma inquietante que parece remover la conciencia de quienes lo rodean. A pesar de la desconfianza general —y del temor que despierta su pasado carcelario—, María encuentra en Miquel una presencia inesperada, un espejo turbio en el que se ve reflejada, y poco a poco entre ambos nace una admiración silenciosa, hecha de gestos, miradas y silencios compartidos.

Mientras el ambiente en el molino se vuelve cada vez más tenso, los celos, las sospechas y la necesidad de redención se entrelazan. El pasado pesa sobre todos, pero sobre algunos más que otros. En ese lugar dominado por el ruido de las máquinas y los ecos del juicio social, María y Miquel deberán enfrentarse no solo al rechazo del entorno, sino también a sus propios fantasmas.