James Cameron disfruta engañando, pero yo aún más que me engañe así de bien.
Sin spoilers
"Titanic". Tanta controversia, tanto odio, tanto anhelo, tanta subjetividad. Cameron logró en 1997 lo que volvería a lograr en 2009: que mediante una excelente dirección técnica logre efectos estremecedores ante el espectador por un espectáculo visualmente atractivo que hace insonoro el patente guión edulcorado y convencional. Puestos a decir, la película es un clásico de los 90, pero la mayor parte de sus elogios radican indirectamente en sus efectismos y no tanto en sus verdaderos méritos creativos. Pero a mí no me importa un carajo, porque Cameron ha venido desde sus inicios coronándose como el Rey del magestuoso cine hollywoodiense y no seré yo quien le quite el cargo (será Nolan o Fincher, aunque con un cine más trascendental e introspectivo). A mí me da igual cómo juegue Cameron con sus baquitos, sus robots y sus soldados, me gusta verlo jugar y más aún, me emociona verlo. Y para ser sinceros, Cameron jamás ha querido ser David Lynch o Michelangelo Antonioni, y yo muy contento que me quedo.
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