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CRÍTICA

'Amor en su punto': Comedia romántica con todos sus ingredientes

Teresa Pelegri y Dominic Harari firman esta comedia protagonizada por Richard Coyle y Leonor Watling sobre un escritor gastronómico que busca una relación que al fin dure más de seis meses.

Por Jesús Márquez 4 de Mayo 2014 | 12:00

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Las comedias románticas son ese género donde lo mismo entra 'Cuando Harry encontró a Sally', 'Annie Hall' o '500 días juntos' que '¿En qué piensan las mujeres?', 'Hitch, especialista en ligues' o 'La cruda realidad'. Meter cualquier película, no solo 'Amor en su punto', en el saco de las comedias románticas y adjudicarle todos los tópicos que tengamos sobre ellas suele ser injusto tanto por el lado positivo como por el negativo. Dicho esto, 'Amor en su punto' está contentísima de que la introduzcas en ese saco, pero prefiere que lo hagas sin prejuicios.

Amor en su punto

En el marco de la comedia romántica

Da la impresión de que Teresa de Pelegri y Dominic Harari han querido hacer una comedia romántica con todos sus tics y señales, sin avergonzarse ni un pelo de ello, y queriendo resaltar lo que ellos mismos ven destacable del género. En cierto modo, la propia película declara estas intenciones verbalmente a través del personaje de Richard Coyle en una de sus citas con Leonor Watling. Él, defendiendo a capa y espada las comedias románticas, apunta que se puede aprender mucho de ellas tras la crítica que Watling hace a la simpleza que suele imperar en el género. De esta forma, 'Amor en su punto' define el tipo de comedia romántica a la que se quiere parecer: aquella de fácil digestión que al mismo tiempo tiene cierto fondo, un fondo que en este caso Coyle cree que mucha gente olvida que existe.

Un fondo que en 'Amor en su punto' no aparece hasta bien entrada la película y que consigue que olvidemos ese regusto inicial a "Esto ya lo he visto mil veces". Sus personajes, entrados ese punto, se muestran como humanos con sus dimensiones y credibilidad que se alejan de las marcas que sus estereotipos indican que deben seguir. No obstante, tópicos hay a rabiar y 'Amor en su punto' no se avergüenza de acudir a ellos para crear una historia divertida. Habría que ponerse ahí en la piel del personaje de Watling y pensar cómo de capaces somos de asumir otra previsible comedia romántica o si preferimos la perspectiva de Coyle y buscar todo lo que ésta nos tiene que aportar desde esa forma de comunicar.

Amor en su punto

Food guide to love

En la ficción, Coyle es Oliver Byrne, un escritor gastronómico responsable de la exitosa 'Guía para comer y amar' y cuyas relaciones acaban siempre antes de los seis meses. Entonces conoce a Bibiana, Watling, una española con gustos muy diferentes a los suyos, con la cual la relación sí va más allá. Ante tal argumento, se suceden montones de las ya clásicas secuencias de romanticismo con gags y donde todo sale alarmantemente bien.

Y pese al good feeling que intenta transmitir durante gran parte de la cinta, se dan ciertos matices que provoca en los personajes cuestiones acerca de temas muy interesantes como lo que realmente queremos hacer con nuestra vida, la importancia del amor o la vocación; sin abandonar jamás ese marco de comedia romántica en el que se desea enmarcar el filme, no tanto desde un punto de vista reflexivo, sino más bien como el hogar donde se siente a gusto. Hay pasteleo, y mucho. Que la película llegue a verbalizar lo que significa para ella una comedia romántica no significa que su relato sea una reflexión posmodernista sobre el género; lo que consigue es que entendamos cuál es su motivación, nada más, ese meta detalle no es especialmente recurrente.

Amor en su punto

¿Y hasta qué punto funciona 'Amor en su punto' como comedia romántica que, a su vez, desea contar algo? Pues nada mal. Durante la mayor parte del metraje no ofrece nada especialmente destacable precisamente porque está demasiado empeñada en no querer asustar a los que aún están ardientes de tragar tópicos, pero sus momentos brillantes son especialmente brillantes, por mucho que también haya cierto desorden y caos con los temas y metáforas que la película parece tratar. Ni Byrne ni Bibiana quedarán para la historia del cine como sí lo han hecho Harry Burns y Sally Albright, por ejemplo, pero evitando juzgarla de forma prejuiciada es posible disfrutar de sus varios y buenos momentos; el resto, sin destacar, ofrece un espectáculo medianamente entretenido.

Ojalá hubiera sido más y ojalá no hubiese estado tan empañada en hacer pasar a Byrne y Bibiana por todas toditas las fases que el cine romántico más tópico nos tiene acostumbrados; pero cierto público la disfrutará y otro gran sector de público podrá encontrar algo importante que rescatar si se adentra en ella con la perspectiva suficiente.

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