A sus 87 años y con motivo de su autobiografía 'We Did Ok, Kid', Anthony Hopkins ha echado la vista atrás recorriendo su vida personal y profesional en su entrevista con The Guardian, donde ha relatado los problemas de alcoholismo que sufrió en los 60 y 70 que casi terminan de forma trágica.
El actor cuenta en la entrevista que cuando era joven en su rutina diaria se incluía el alcohol y el tabaco en grandes cantidades. En los años 60 consiguió una oportunidad para pertenecer al Teatro Nacional, la compañía nacional de teatro británica. Aunque le ofrecía un brillante futuro en su carrera y una trayectoria envidiable para muchos, Hopkins no se sentía a gusto en ese ambiente. El actor encontró refugio en el alcohol, ya que hacía que las relaciones sociales y frivolidades ya no parecían tan incómodas y no se sentía tan fuera de lugar.
	
						Lo que era una oportunidad para sobrevivir a esos momentos venía con una versión de sí mismo que no le agradaba, unos efectos secundarios que ni él mismo podía controlar.
"No confiaban en mí y tenía peleas y discusiones, sobre todo con los directores. Viéndolo ahora, todo era paranoia. Ellos intentaban hacer su trabajo y yo el mío, pero no podía soportar ningún tipo de intimidación autoritaria, así que reaccionaba con violencia".
El momento que le salvó la vida
No fue hasta mediados de la década siguiente que Hopkins decidió dar un cambio radical a su vida. Unos años antes, en 1972, Hopkins se divorció de su primera mujer, la actriz Petronella Barker. Esto sucedió poco después de que él la abandonara junto a su hija Abigail, que tenía un año en ese entonces. Aunque lo categoriza como "el hecho más triste de su vida y su mayor arrepentimiento", reconoce que de no haberse divorciado las cosas habrían ido a peor.
	
						Tres años después llegó su gran revelación en forma de una frase: "Quiero vivir". El actor se despertó una mañana de diciembre de 1975 a 800 kilómetros de su casa después de conducir todo el trayecto borracho y sin recuerdo alguno de haberlo hecho. Ya ni se reconocía y temía por hacerse daño a sí mismo o a algún tercero bajo los efectos del alcohol. En ese momento supo que necesitaba cambiar.
"Estaba loco, estaba desquiciado, no recordaba la mitad del viaje. Esa es una forma mortal de vivir, porque no me importaba nada de mí mismo. Podría haber acabado con toda una familia... Sabía que necesitaba ayuda, sabía que se había terminado".
El 29 de diciembre de 1975, a punto de cumplir treinta y ocho años, se dirigió a Alcohólicos Anónimos para oficializar su decisión: "fue un momento de lucidez". Desde entonces, y ya han pasado 50 años, no ha vuelto a probar una gota de alcohol. No quiere que su historia permanezca oculta, sabe que una decisión puede cambiar la vida de manera radical: "Todos tenemos ese poder dentro de nosotros, y elegimos nuestras vidas y navegamos a través de ese tipo de inspiración".