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CRÍTICA

'El hoyo': Delicatessen

Crítica de 'El hoyo', la película de Galder Gaztelu-Urrutia. En cines a partir del 8 de noviembre.

Por Javier Parra González 8 de Noviembre 2019 | 09:25

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Ante todo, y como preaviso a quienes se dispongan a adentrarse en 'El Hoyo', cabe decir que ni la ópera prima del vasco Galder Gaztelu-Urrutia ha venido para revolucionar el cine nacional, ni va a contarnos algo que desprenda una originalidad nunca vista hasta ahora. Quizá, por la forma con la que muestra sus cartas (sin ningún tipo de rubor) desde el momento en el que descubramos qué es ese espacio (el hoyo del título) al que ha ido a parar el personaje de Goreng, sea tan fácil como debatible entrar de lleno en el juego que propone la película.

El hoyo

Fácil, porque aun realizando el enésimo discurso sobre la estratificación social, el director es claramente consciente de que ese protagonista interpretado por Iván Massagué, se convertirá en el espectador impasible ante el horror que ante él se despliega al descubrir cuál es la verdadera naturaleza de 'El hoyo'. Una vez asumido que no puede luchar solo contra el sistema, acabará rebelándose como una suerte de héroe, como si sobre sus hombros pesase una losa invisible donde se acumulan el hartazgo y la impotencia ante la impasibilidad de los de arriba.

Estos no son otros que el resto de compañeros que están en el hoyo, el mastodónico edificio dividido en decenas de niveles y que sirve, en un futuro distópico, cual espacio donde cumplir con los tiempos que dictaminan los procesos burocráticos como si de una condena en una prisión de alta seguridad se tratase. Dos personas por nivel y una plataforma que bajará, de forma puntual cada día, con los más exquisitos manjares desde el primer piso. Las sobras de los de arriba se convertirán en el menú de los de debajo. Y así, sucesivamente, hasta desaparecer en la lejanía que se dibuja a partir del piso doscientos.

El hoyo

Ante tal planteamiento, y presentada ya la estructura de la trama, presentada de forma casi teatral y donde iremos conociendo los impulsos más primarios del ser humano, será mediante el diálogo establecido con los compañeros de espacio de Goreng (siempre, dos personas por nivel), que esa premisa que nos habla de ley del más fuerte y el espíritu de supervivencia, prevalezcan por encima de toda moralidad y cuestionamientos éticos.

Todo muy "obvio" como bien resaltará Trimagasi (Zorion Eguileor), el primer y perturbado compañero del protagonista que servirá cual Caronte para Virgilio en ese descenso al verdadero infierno de la condición humana que representa el Hoyo. Sin embargo, y pese a ser absolutamente incisiva a la hora de hacer hincapié en su discurso, la película adquiere un sentido del puro espectáculo del horror al abrazar por completo su vertiente más visceral.

Es aquí cuando las semejanzas con otras propuestas del cine fantástico toman mayor relevancia, pues esta suerte de híbrido entre el 'Cube' de Vincenzo Natali y el 'Snowpiercer (Rompenieves)' de Bong Joon-ho, adquiere entidad propia pese a que en su trasfondo nos encontremos con elementos de denuncia social y sátira hacia la condición humana. Del primer ejemplo, toma el habitáculo como espacio de encierro del que escapar. Del segundo, el evidente mensaje que sirve de azote a la moral, al que acompañan toda una serie de despuntes hacia un gore propio del torture porn, y una retahíla de diálogos que constantemente vienen a poner en entredicho la propia naturaleza de ese espacio infernal, cuya representación minimalista dota al conjunto de ese aura de teatralidad que le caracteriza.

El hoyo

Celebremos que existe

Aquí es donde entra en juego el papel de Antonia San Juan, quien parece renacida de sus propias cenizas televisivas para hundirse en esta pesadilla, donde la comida, presentada cual delicatessen (como rezaba el título de la película de culto de Jean-Pierre Jeunet donde lo importante para todos será el conseguir alimento) para gourmets en su primer piso, irá mutando en basura y desperdicios a medida que la suciedad de la humanidad la vaya ensuciando.

Escrita por David Desola y Pedro Rivero, nos encontramos no solo con una excusa perfecta para volver a celebrar el estado del cine de género nacional, sino con una más que interesante propuesta que nos llega desde el país vasco, donde hace un par de años se atrevían con el puro fantastique de serie B gracias a 'Errementari (El herrero y el diablo)' y ahora lo hacen con la inclasificable 'Ventajas de viajar en tren', también vasca. Habiendo conquistado al público de ambas parte del Atlántico, 'El Hoyo' fue la ganadora del Premio del Público en las sesiones Midnight del Festival de Toronto, para después alzarse como la triunfadora del pasado Sitges, donde se hizo con el título a Mejor Película (desde 2007, con '[REC]', que una película española no ganaba dicho galardón), Mejores Efectos Especiales, Mejor Dirección Novel y, también, el Premio del Público.

Sea como sea, pese a la obviedad que quiere contarnos y pudiendo no resultar todo lo novedoso que un título así podría ser, el film de Gaztelu-Urrutia deja claro que cuando queremos arriesgar con el cine de género y derivados, lo hacemos sin concesiones a la galería. Porque ojalá cada año tuviésemos más propuestas arriesgadas como esta, y menos comedias españolas del año producidas por las televisiones de turno.

Nota: 8

Lo mejor: La forma en la que, desde su presentación, nos sumerge en ese edificio de hormigón armado y los primeros atisbos a la violencia que viene a contarnos.

Lo peor: Demasiadas preocupaciones en su tramo final por dejar claro su mensaje.