Cuando Stanley Kubrick abrió su película '2001: Una odisea del espacio' con ese baile de naves espaciales mientras sonaba 'Así habló Zaratustra', de Richard Strauss, probablemente no era consciente de que iba a crear una tendencia que sigue vigente hasta nuestros días. Un recurso que ha acabado convirtiéndose en un lugar común en el que muchas películas acaban cayendo. 'Fight or Flight (Sicarios en el aire)' es una de ellas, pero utiliza este cliché a su favor y, en los primeros segundos, marca el tono que va a mantener durante todo el metraje.
Porque si no fuera poco empezar una película que ocurre en los aires con una pieza de música clásica, su director, James Madigan (que debuta con su primer largometraje), también utiliza la cámara lenta para mostrarnos qué está pasando en esa curiosa cabina de pasajeros. Escena que abre una cinta estructurada circularmente, que nos presenta ese vuelo y rápidamente nos transporta 12 horas antes para explicar paso a paso, de una manera más convencional, qué eventos han hecho que acabemos ahí, en medio de esa historia tan rocambolesca.
Lucas Reyes (Josh Hartnett) es un prófugo de la justicia que lleva dos años aislado en Tailandia y al que una llamada de teléfono, guardada en sus contactos con un nombre muy particular, le promete la libertad que tanto añora. Para alcanzarla le tocará embarcarse en un vuelo plagado de asesinos que buscan un objetivo común, por lo que tendrán que cumplir su misión mientras se desata la locura.
¿El motivo que provocó su huida? Sus principios y su firme moral, la que le llevó a cometer un delito en su antiguo trabajo dentro de los cuerpos de seguridad. Incidente que lo acabó conduciendo a los problemas y adicciones que tiene ahora con la bebida y la mala vida, pero nunca llegando a apartarse del camino recto y la honestidad. En definitiva, y para que se me entienda: como el personaje de 'Torrente', pero siendo bueno.
Es digno de mención lo fluido que se siente todo el proceso en el que conocemos a los personajes. Sin apenas darnos información directamente, podemos intuir su personalidad, sus problemas y sueños a través de sus reacciones, dinámicas y los lugares donde los conocemos, sin necesidad de escenas explicativas.

Pero que todo lo relacionado con los personajes se sienta tan ágil y natural es mérito del gran trabajo de casting realizado. Josh Hartnett parece haber vuelto a encontrar el rumbo que una vez parecía que perdía. El actor que apareció en el debut cinematográfico de la gran Sofia Coppola, 'Las vírgenes suicidas', y que decidió adoptar un perfil bajo rechazando papeles en películas de Christopher Nolan, se encuentra en un gran momento gracias a sus últimos trabajos en largometrajes como 'Oppenheimer' o 'La trampa'. Está de dulce y parece recuperar el pulso a su carrera. En esta cinta se come cada escena en la que aparece y demuestra una gran química con su joven compañera, Charithra Chandran. Los mejores momentos en pantalla los protagonizan juntos, resultando ser una pareja emotiva, divertida y carismática.
Con un apartado musical muy cuidado, obra de Paul Saunderson, que ornamenta todo el filme y ayuda a construir y cambiar de un escenario a otro, 'Fight or Flight (Sicarios en el aire)' no se toma en serio a sí mismo y eso lo hace mucho más interesante, porque tampoco cae en bromas fáciles ni absurdas. El trabajo del director de fotografía, Matt Flannery, es muy destacable y divertido, especialmente en las escenas donde los personajes están bajo los efectos psicotrópicos: momentos muy creativos, con una propuesta de color e iluminación interesante.
Aquí nadie es intocable, vemos cómo pueden morir todos ya sean buenos o malos, por lo que la sensación de no saber qué va a pasar en la siguiente escena es real. Puede morir el protagonista, su objetivo, su compinche o el personal de a bordo, algo que le da mucha frescura y aporta mucho a la cinta.

¿Es todo tan fantástico?
No, obviamente no. La película también muestra sus flaquezas, y aunque sea una comedia absurda no podemos pasarlas por alto, ya que son suficientes como para dedicarles un apartado propio y reflexionar acerca de ellas.
Siendo honestos, no sé cuánta gente puede caber en un avión, menos aún en uno de dos plantas, pero estoy convencido de que mucha. Teniendo en cuenta que el avión está plagado de sicarios que buscan acabar con la vida de una persona en particular, hace que durante esas ocho horas de viaje conozcamos a muchos asesinos. Pero también resulta llamativo que los primeros verdugos que conocemos sean un latino que canta y baila (solo le faltó un sombrero mexicano o usar un poncho mientras toca su flauta de pan), luego Lucas Reyes tenga que enfrentarse a la mafia china, y tras eso, el personaje de Isha se vea amenazado por un musulmán.
No quiero decir que la película sea racista, porque no lo creo. El papel que asume la actriz de ascendencia india, Charithra Chandran, es muy relevante dentro de la trama. Pero sí resulta curioso que la película (de un hombre blanco y anglosajón) decida empezar a retratar a cientos de asesinos a través de estos estereotipos.

Algo que no beneficia especialmente a la película es lo grotesca que puede llegar a ser. Está cargada de muertes, peleas y asesinos, lo cual funciona muy bien humorísticamente, pero las muertes son tan explícitas y sangrientas que no ayudan a que la comedia cale del todo. Como espectadores, podemos encontrarnos en un punto en el que no sabemos si reírnos con lo que estamos viendo o apartar la mirada.
Hay muchos personajes que sentimos que tienen muy poco desarrollo. La actriz Katee Sackhoff apenas tiene profundidad. Solo vemos que es una mujer que ostenta un cargo poderoso, que no le tiembla el pulso ante nadie ni ante nada y que le gusta tenerlo todo atado en corto. Pero nada más allá de eso. No se desarrolla la relación que tiene con el personaje de Josh Hartnett. Tampoco sabemos mucho más de Aaron Hunter, quien tiene una moralidad un poco más laxa que la intérprete estadounidense con la que comparte la mayoría de sus escenas. También se siente desperdiciado algún que otro sicario y personajes dentro del avión.
Antes hablábamos de la capacidad de la aeronave; ahora toca reconocer que tampoco sabemos cuál es su distribución ni sus medidas. Un avión comercial no parece sencillo de recorrer debido a su enorme tamaño, pero en este largometraje resulta ridículamente grande. En ningún momento nos transmite la claustrofobia y tensión que debería sentirse a bordo. Muchas veces sentimos que los personajes van de espacio en espacio como si fuesen lugares completamente distintos y ajenos, con la excusa de mostrarnos todos los sectores del avión y colar alguna broma ocasional. Por eso, esta decisión tampoco desentona del todo. Opta por el humor, confiando en crear la acción a través de las batallas.

En conclusión, un divertido debut que es la película ideal para poner nuestra mente en piloto automático, que haga que nuestro cerebro adopte velocidad de crucero y nos permita pasar un buen rato. Porque, a pesar de enumerar los puntos más débiles del largometraje, estos no suponen un problema serio a la hora de disfrutar de una película divertida, hábil en su diégesis, que sabe muy bien lo que es y no duda en usarlo a su favor. Una cinta que orbita la serie B, ideal para disfrutar una tarde de domingo en la que queremos descansar.