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CRÍTICA

'Fin de siglo': La soledad del hombre gay en tiempos de Grindr

La ópera prima de Lucio Castro puede recordar a 'Antes del amanecer' y 'Weekend', pero se adentra terreno inexplorado.

Por Javier Pérez Martín 12 de Diciembre 2019 | 19:22

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"Te busqué en Grindr, es muy difícil todo este ajedrez", le dice Ocho a Javi mientras le ofrece una cerveza de la nevera de su AirBNB. Ocho es un turista argentino de visita en Barcelona; Javi, un barcelonés que vive en Berlín y está pasando unos días en su ciudad natal. Ese ajedrez al que hace referencia Ocho es un juego de miradas e insinuaciones, encuentros y desencuentros en los que se han cruzado ambos antes de atreverse a dar un paso. Lo que sigue es la cita de Grindr más real que se ha rodado nunca en el cine: un encuentro furtivo, incómodo y lleno de vergüenza; un acercamiento artificial movido por un deseo más forzado que surgido, más buscado que encontrado. Un trámite necesario para llegar al punto que ambos buscan: el sexo, que empezará frío y embarazoso y con suerte se convertirá en algo animal. Y después continuarán la conversación que empezaron antes de follar, pero con una extraña confianza. Para terminar, se despedirán con un incómodo abrazo y, solo si se han gustado de verdad, se preguntarán "¿Tenés whatsapp?".

'Fin de siglo'

Todo ello se ve en los primeros minutos de 'Fin de siglo', el debut del argentino Lucio Castro que ha sido aplaudido en festivales de la talla del New Directors/New Films, organizado por el MoMA de Nueva York, y que llega a los cines españoles ahora de la mano de Filmin. La han calificado como la mejor película gay del año, pero por suerte el tema central de 'Fin de siglo' no es la homosexualidad de sus protagonistas, como no lo era la heterosexualidad de los personajes de 'Antes del amanecer'. En la línea de la venerada trilogía de Richard Linklater, Ocho (Juan Barberini) y Javi (Ramón Pujol) aprovecharán su "breve encuentro" para compartir intimidades, inquietudes y confesiones. Hablan de relaciones largas, de ser padres, de estar solos.

Podría recordar a 'Weekend' (una de las mejores películas de los últimos 10 años, ya que estamos en pleno repaso de la década) pero Castro encuentra terreno inexplorado a partir de la mitad de su guion. Sin entrar en concreciones diremos que 'Fin de siglo', mediante un par de jugosos recursos narrativos que mezclan lo real con lo soñado y lo actual con lo pasado, se convierte en una honda, nostálgica y dolorosa exploración del amor que fue, el que pudo ser y el que nunca será.

Un hombre en la luna

En su primera película Lucio Castro se presenta como un autor honesto y actual. Antes de esa cita, que claramente ha vivido, el cineasta argentino muestra algo tan real como la paja de consuelo después de perder un par de horas mirando torsos en Grindr. O ese paseo "in extremis" a por condones después de haber discutido si lo hacían a pelo, si la PReP es suficiente o no. O simplemente ese piso turístico, mezcla entre hogar prediseñado y no-lugar, en el que se hospeda Ocho.

Además de una mirada sin complejos ni juicios a cierta experiencia gay (la del hombre blanco privilegiado y cosmopolita), 'Fin de siglo' es esencialmente una película sobre la soledad. Castro encuadra a Juan Barberini en el centro de sus planos, bellos en su quietud y su sencillez, mientras recorre las calles del Raval barcelonés. A veces vacías, a veces atestadas de turistas, pero siempre solitarias. Como en 'Lost in Translation' o 'Midnight in Paris', pero también como la protagonista de la magnífica 'La virgen de agosto' de Jonás Trueba, este turista es un hombre "en la luna" (como ese libro que inspecciona en su AirBNB), un astronauta que busca y se busca en el laberinto arquitectónico que es Barcelona.

'Fin de siglo'

No es casualidad que todos los personajes del guion sean turistas y emigrantes. Castro, que vive en Nueva York, retrata a una generación de nómadas que buscan un hogar lejos de sus raíces. Y un hogar puede ser, al menos, momentáneo: una conexión, un instante de intimidad, un baile medio borrachos en medio de la noche.

Nota: 9

Lo mejor: Su exploración nostálgica de lo que pudo haber sido

Lo peor: Su uso del tiempo narrativo puede resultar confuso en un primer momento

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