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CRÍTICA

'La forma del agua' brilla gracias a la mirada única de Guillermo del Toro y su pasión por el cine

Sally Hawkins arrebata con un papel lleno de inocencia, ternura y fiereza que se crece gracias a la visión única de un Guillermo del Toro lleno de talento en lo que al arte de la imagen se refiere.

Berta F. Del Castillo
Por Berta F. Del Castillo Más 12 de Febrero 2018 | 09:56
Creadora de contenido digital y periodista especializada en cine y series. Fan de 'Star Wars'.

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Inocencia, ternura y fiereza sobreviven contenidas en el personaje de Sally Hawkins que se marca un papelón innegable. 'La forma del agua' es sobre todo ella. Ella en el inevitable trampolín por el que uno se desliza cuando se enamora. Ella olvidando lo que ha sido hasta ese momento y luchando como si no hubiera un mañana y el triunfo fuese una posibilidad. Ella dejándose llevar, sintiendo, reviviendo de una vida robótica y ahogada en la rutina que a pesar de eso no ha terminado con su espíritu. Ella representando un rayo de esperanza en un mundo cada vez más oscuro y ella como recuerdo del corazón que todos llevamos dentro.

Así Elisa, que no ha encontrado nunca su sitio en el mundo, sobrevive con una actitud inmejorable a un día a día que se basa en limpiar junto a su amiga Zelda (Octavia Spencer) un laboratorio secreto de investigación y cuidar de su vecino Giles (Richard Jenkins), un creativo homosexual que ve como los nuevos avances le están sustituyendo. Total que todos los días sigue el mismo camino, de un lado a otro, sin saltarse ningún paso de la coreografía, hasta que le ve. Y entonces todo cambia y tenemos que abrir la puerta al amor verdadero aunque el cinismo sea el que manda en los tiempos que corren, porque si nos lo pide Guillermo del Toro, con su mirada única y su pasión por el cine, allá que vamos, de cabeza.

 Sally Hawkins en 'La forma del agua'

Y esto es lo que no se puede negar de la película: que nace de un cariño profundísimo por el séptimo arte, más por el de ayer que por el de hoy, con una historia ambientada en los 60 que no deja de echar la vista atrás, a un tiempo inmortal que hace las veces de válvula de escape para Elisa y Giles, dos delfines en un océano de tiburones. Especial mención merece Jenkins en este sentido con un personaje que sacude por dentro gracias a la inesperada intensidad de su historia, un giro diseñado para abrazar la trama principal que termina robando el protagonismo en lo que al sentimiento se refiere. Aunque Jenkins y Hawkins no están solos en lo que a la excelencia interpretativa se refiere. Spencer se marca un papel que crece desde la efectividad del humor más sencillo, envolviendo la falta de palabras del personaje de Hawkins, que no necesita ayuda alguna para estar completo, pero brilla mucho más gracias a la complicidad que comparte con su amiga.

Por su parte Michael Shannon casi te hace oler el tufillo a podrido que le rodea y representa el egoísmo y la ineptitud que nacen de algunos cuando se enfrentan a lo desconocido. Y es que al final en su conjunto 'La forma del agua' es un cuento que florece del cinismo, como una brisa de esperanza tan de ciencia ficción como el objeto del deseo de Elisa. Quizá por esto los espectadores menos susceptibles de caer ante el embrujo de las historias enternecedoras logren digerirla, porque ese romance improbable nace de la mano de una fantasía, y en la mentira también surge un necesario equilibrio.

 Richard Jenkins y Sally Hawkins en 'La forma del agua'

Un amor apresurado

Al final 'La forma del agua' puede que no haga click en algunos espectadores y el motivo no es otro que la manera en la que está planteado el romance. Elisa se enamora pero nos perdemos la mayor parte del embrujo para después tener que vivir esa relación bajo una amenaza muy presente que desvía el interés del espectador y diluye la intensidad de numerosos encuentros entre los protagonistas. Esto quizá no sea lo ideal a la hora de percibir una sensación de plenitud cuando se sale del cine, pero las escenas más inesperadas compensan este pequeño "desbarajuste".

La Zelda de Spencer tiene un momento impagable hacia el final de la cinta y el Giles de Jenkins uno vital para poner las cosas en perspectiva en lo relacionado con la mitad más real del cuento, ambos instantes sacuden más y dejan un poso más potente que la mayoría de los compartidos por Hawkins y un irreconocible Doug Jones, algo que no desfavorece a un climax de emoción innegable. Como bien asegura Guillermo, "vivimos en un mundo raro, donde odio y cinismo se consideran discursos inteligentes y si hablas de sentimientos suenas como un idiota" por lo que hay que tener muchísimo talento para que este tierno discurso no se desmorone en una sociedad de lo más descreída. Por suerte a Del Toro le sobra talento y visión, además de gusto a la hora de componer la imagen y un estilo que atrapa y te hace viajar en el tiempo, algo fundamental para vivir 'La forma del agua'.

Nota: 8

Lo mejor: Sally Hawkins y la pasión de Guillermo del Toro por el cine.

Lo peor: Que el enamoramiento transcurre en un parpadeo.