'Padre no hay más que uno' se ha convertido, película a película, en uno de los pilares del cine español, siendo la cinta más taquillera de cada año en que se ha estrenado. Y es que el cine comercial nacional se ha acomodado bajo la batuta de las películas familiares que, de alguna forma u otra, como productor o como creador, Santiago Segura ha llevado a lo más alto de las taquillas, juntando elementos comunes: niños y niñas como protagonistas, padres y madres navegando la paternidad y un variopinto paisaje de secundarios que completan los clichés españoles más prototípicos.
La familia Segura funciona como un ritual cíclico, en el que el espectador sabe exactamente qué esperar. En esta quinta entrega, que parece ser la última de la saga, la historia versa sobre aquello que reza el propio título: 'Padre no hay más que uno 5: Nido repleto'. Ahora, Javier tiene un problema inesperado: nadie se va de casa, pese a sus intentos, junto con Marisa (Toni Acosta), de echar por todos los medios a los miembros de la familia.
La evolución de 'Torrente' hacia 'Padre no hay más que uno' es obvia: Segura no busca interpelar al mismo público ni las bromas de aquel 'Torrente' siguen teniendo la misma cabida cultural. Aunque se quiere revisionar como una parodia -pese a que algunas situaciones recurrentes eran indefendibles desde cualquier ángulo, especialmente el machismo y la homofobia que respiraban esas películas-, en su reiteración no encontraba los huecos por los cuales respirase la caricatura.
Un lugar común
'Padre no hay más que uno 5' recurre una y otra vez a los mismos clichés de siempre en la tradición española, como son la suegra (Loles León) o el cuñado (Leo Harlem), sin llegar a reformularse. De alguna forma, ahí reside la identificación con la saga: un lugar común que, al no ser revisado, resulta ampliamente cómodo para todo aquel que quiera disfrutar de un humor muy apoyado sobre los hombros de 'El club de la comedia' más reiterativo. La película se construye con los códigos del humor televisivo de sobremesa, donde el chiste debe llegar pronto, ser reconocible y sin rodeos, aunque eso signifique sacrificar complejidad o novedad.

El éxito comercial de ambas también explicita un dualismo que esconde los grises del excelente, provocativo y afilado humor que se produce en nuestro país: 'Poquita fe', de Raúl Cimas, o 'El otro lado', de Berto Romero, son buena prueba de un humor costumbrista y ampliamente reconocible, capaz también de hablar más allá de la ficción sobre nuestra realidad cotidiana y sin perder un ápice de personalidad. Un tipo de humor que, por desgracia, no aparece en los tops de películas más taquilleras o series más vistas del año.
Los que se estén cómodos en un tipo de comedia familiar delimitada, con gritos a mansalva, referencias a redes sociales y crítica (algo boomer) al uso de los teléfonos móviles, encontrarán una vez más su pequeño oasis personal en 'Padre no hay más que uno 5', cuyo mérito está en sacar adelante escenas con muchos personajes en el plano, en ocasiones superponiendo las voces de unos con otros.
Sin embargo, la película de Santiago Segura tiene tan poco riesgo a todos los niveles que acaba por caer en saco roto, haciendo que sus situaciones se vean tan poco refrescantes como humorísticas. Dos cosas que van de la mano, no por nada la famosa frase de "el mismo chiste contado dos veces pierde la gracia".

La enfermedad de la pulcritud digital también afecta a 'Padre no hay más que uno 5', que se adhiere a la tradición donde la monotonía cromática y las soluciones del plano-contraplano como recurso único encorsetan un guion ya muy exprimido, resultando en una amalgama de situaciones que solo funcionarán dependiendo del humor que guste o maneje cada espectador. Y sí, se puede hacer humor con la puesta en escena: que se lo digan a Javier Fesser y su muy comiquera 'El milagro de P. Tinto' o al maestro Luis García Berlanga en 'El verdugo'.
La familia como epicentro
Además, la recurrencia de situaciones familiares ampliamente reconocibles, aunque algo infantilizadas, también ayuda a hacer avanzar la película hacia lugares algo más pasajeros, como el enfrentamiento de los cumpleaños, el milagro que pide Dani para hacer la comunión o las relaciones entre los y las pequeñas de la casa. Es de agradecer que se muestre una relación entre hermanos y hermanas tan afectiva y alejada de envidias: simplemente, a cada personaje se le atribuye una trama muy apegada a un hecho concreto (influencer, ecologista, cumpleañera...) para diversificar la comedia dentro de la propia estructura narrativa.

El resultado es el mismo porque la fórmula y los números que en ella aparecen, también lo son: una comodidad que seguramente la lleve a colmar de nuevo lo más alto de la taquilla española en un año en el que esperamos que esas otras propuestas -'Sirât', de Oliver Laxe, y 'Romería', de Carla Simón, entre muchas otras que explicitan la diversidad de nuestro cine- sigan explorando, apoyadas por los éxitos de Segura en el cine familiar más taquillero, esos otros lugares a los que el cine comercial, por intenciones y limitaciones, no puede llegar.
La película termina con unos títulos de crédito que, en un acto de carta de amor por la vía del material de archivo, celebran la conclusión de la saga con imágenes que muestran el crecimiento de los niños y niñas, que han sido los absolutos protagonistas del último proyecto de Santiago Segura hasta la fecha.
La película se estrena en cines el 26 de junio.