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CRÍTICA

'1917': La guerra sucia del plano secuencia

Lo nuevo de Sam Mendes es un drama bélico y épico que desafía las limitaciones del plano secuencia.

Por Guillermo Hormigo López 10 de Enero 2020 | 14:02

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La Primera Guerra Mundial es, quizá, el conflicto más salvaje, doloroso e inmundo al que jamás haya tenido que hacer frente un soldado. Es cierto que la Segunda la superó ampliamente en mortalidad y destrucción, especialmente como consecuencia del desarrollo de armas más avanzadas y de los primeros ataques nucleares., pero la Gran Guerra fue la de las trincheras eternas, el barro en todos los poros de la piel y las bayonetas como recurso desesperado. Ese espíritu es el que Sam Mendes se ha propuesto captar en su última película: '1917'.

George MacKay en '1917'

Para ello, el director británico opta por un recurso formal tan complejo como sobreexplotado: el (falso) plano secuencia. De esta forma, la película se articula en una única secuencia de acción, dividida en dos tomas pero con una apariencia de continuidad total. Ese es el modo elegido por Mendes para contar la historia de dos jóvenes soldados, interpretados por George MacKay ('Captain Fantastic') y Dean-Charles Chapman (Tommen en 'Juego de Tronos'), que deben abandonar su trinchera y atravesar las filas alemanas para trasladar un mensaje que evite una masacre entre las tropas británicas.

La arriesgada decisión formal parece haberle salido de maravilla al realizador de 'Revolutionary road', a tenor de los elogios cosechados y su victoria en los Globos de Oro. Lo cierto es que es innegable la efectividad de la pericia, cuyo mérito hay que atribuir también al laureadísimo Roger Deakins. Director de fotografía en cintas tan dispares como 'El hombre que nunca estuvo allí', 'Skyfall' (donde ya coincidió con Mendes) o 'Blade Runner 2049' (que le reportó al fin un Oscar empeñado en rehuirle), Deakins vuelve a demostrar en '1917' que es un valor seguro a la hora de llevar a buen puerto ejercicios de estilo aparentemente destinados a fracasar.

Benedict Cumberbatch en '1917'

Con ese plano único Mendes y Deakins buscan potenciar la inmersión en la historia por parte del espectador, aumentar la sensación de premura, frenesí y vértigo. En definitiva, hacernos partífices de la odisea extraordinaria y casi suicida que deben afrontar dos chicos normales. Un logro que '1917' consigue por momentos, especialmente en sus brillantes secuencias de acción. A diferencia de otras películas del género, y pese a las posibles complicaciones técnicas, en estas escenas la cámara siempre está donde debe, permitiendo que no nos perdamos un solo disparo mientras sentimos el aliento desesperado de los protagonistas.

Sin embargo, cabe preguntarse si no hubiese sido más oportuno que los planos secuencia quedasen reservados para esos instantes. En otros momentos de mayor calma o intimidad, la insistencia en mantener dicha apuesta afecta negativamente a la película: nos perdemos pequeños gestos que podrían ser vitales para conectar emocionalmente con los personajes, o al menos para conocerlos mejor (una sonrisa después de una broma, una mueca de desaprobación, etc). Puede que el logro técnico no fuese a priori tan apabullante, pero se plegaría mucho mejor a las necesidades de la narración. Habría una dirección al servicio de una historia, no al contrario. Además, al prescindir del corte, es mucho más fácil comprobar cuando la cámara se distancia de los protagonistas para buscar algún elemento concreto. Un elemento que siempre suele ser sinónimo de putrefacción y deterioro.

Un ejercicio de estilo con luces y sombras

Dejando al margen la decisión más determinante de Mendes, hay dos aspectos muy destacables. Por un lado el impresionante trabajo de iluminación liderado por Deakins, especialmente en cierta escena cuyo juego con las luces y la oscuridad nocturna hacen que un pueblo arrasado parezca el mismo infierno. En segundo lugar la banda sonora de Thomas Newman. El compositor californiano, otro ilustre perdedor de los Oscars, ha creado su mejor composición en años. A la par que mantiene sus señas de identidad, tan marcadas por su trabajo en la icónica 'American Beauty' o la serie 'A dos metros bajo tierra', es capaz de orientarlas a una película de corte bélico. Si en '1917' aparece la emoción es por obra y gracia de la partitura de Newman. No es extraño que su uso sea constante, quizá incluso desmedido.

Colin Firth en '1917'

Como últimos apuntes, hay un par aspectos que pueden expulsar al espectador de una experiencia tan pretendidamente inmersiva. Uno de ellos es el empleo del CGI. Es comprensible que, ante la búsqueda de una reconstrucción milimétrica de la guerra (algo directamente imposible y que quizá ni valdría la pena intentar), Mendes opte por utilizar abundantes efectos visuales. Pero en ciertos momentos, más que ayudar a que todo parezca fidedigno, acaban resultando chocantes. Nadie había pedido ver, por ejemplo, unas enormes ratas digitales. El otro factor es la retaíla de actores británicos ilustres que desfilan de forma breve pero determinante por pantalla: Colin Firth, Andrew Scott, Richard Madden o Benedict Cumberbatch. Ver caras tan mundialmente conocidas podría sacar a la audiencia de la historia. Es cierto, no obstante, que contrastan con el aire mundano de los dos protagonistas, lo que fomenta la apariencia de una tarea que en principio les viene enorme.

'1917' es en conclusión una enorme epopeya visual, por momentos impresionante. Es fácil entender los motivos de que se haya convertido en una de las favoritas en la temporada de premios, y los elogios al titánico desafío de Mendes y Deakins. Sin embargo, también hay que apuntar sus problemas a nivel formal, narrativo y emocional. 'La gran ilusión' o 'Apocalipsis: la Primera Guerra Mundial' transmiten de forma más precisa lo que supuso a nivel humano y mundial este conflicto. El problema, o la virtud, es que no estaban contadas en un epatante plano secuencia.

Nota: 7

Lo mejor: Las secuencias de acción, el trabajo de iluminación de Roger Deakins y la banda sonora de Thomas Newman.

Lo peor: El concepto "película en un solo plano" empieza a cansar, y plantea ciertos problemas que la cinta no supera.

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