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CRÍTICA ECARTELERA

'Dios es mujer y se llama Petrunya': La revolución en un pequeño gesto

'Dios es mujer y se llama Petrunya' llega a las salas este viernes 24 de enero tras competir por el Oso de Berlín y ganar el Premio Lux del Parlamento Europeo.

Por Clara Giménez Lorenzo 24 de Enero 2020 | 10:10

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Cuando Petrunya salta al río helado y se hace con la cruz sagrada, no es consciente de lo que implica alargar las manos. Ella, una mujer de 32 años, desempleada, fuera de los cánones y hastiada de vivir con sus padres en un pequeño pueblo del norte de Macedonia, solo quiere lograr algo para sí misma, un acto reflejo que la lleva a romper accidentalmente con las convenciones establecidas.

'Dios es mujer y se llama Petrunya' es el quinto largometraje de la directora macedonia Teona Strugar Mitevska ('Honeyland'), galardonado con el Premio Lux del Parlamento Europeo. Zorica Nusheva interpreta a Petrunya, la mujer que osa participar en una tradición religiosa reservada a hombres, una historia basada en un hecho real. Para celebrar la Epifanía en la tradición ortodoxa, cada mes de enero el sacerdote lanza a las aguas heladas una cruz de madera; quien la obtenga conseguirá un año de buena suerte. Cuando Petrunya resulta ganadora, una multitud de hombres enfurecidos, el sacerdote y los agentes de policía le exigen que devuelva la preciada reliquia. Petrunya es llevada a comisaría, donde mantendrá su negativa a entregar la cruz.

'Dios es mujer y se llama Petrunya'

Una heroína involuntaria

Uno de los aciertos del filme es no presentar a Petrunya como la perfecta heroína feminista. No la veremos enarbolando un potente discurso contra la sociedad patriarcal, como sí hace Slavica, la periodista que cubre los hechos. "¿Qué haría si Dios fuese mujer?", llega a preguntar provocadoramente al espectador un personaje que promete mucho y se queda a medio camino. Petrunya, en cambio, saltó "como un animal", según ella misma dice a uno de los policías, sin saber al inicio por qué se obstina en no devolver la reliquia. Muchas las revoluciones empiezan así, con un pequeño gesto que trasciende las intenciones de quien lo lleva a cabo. Y Petrunya ha desencadenado algo más grande que ella misma. En su testarudez subyace un deseo de cambio, el mismo que tienen muchas mujeres en una sociedad rígida y tradicional como la que nos presenta Mitevska.

La directora apunta con dureza a tradición, patriarcado y religión, tres instituciones que oprimen conjuntamente a sus protagonistas femeninas. Y también a los hombres, porque hay dos ejemplos masculinos que no comulgan con los roles tradicionales: el padre de Petrunya y uno de los agentes de policía, el único que parece comprenderla. El problema es que varios de los personajes quedan desdibujados, en una cinta con algunas escenas y diálogos que terminan por ser solo un potente esbozo. Sin embargo, la película nunca termina por perder el equillibrio al que contribuye la poderosa y evocadora fotografía de Virginie Saint Martin.

En Petrunya cabemos todas: las precarias, las que tienen una madre que las llama gordas, las que se sienten una carga, las que aguantan humillación y acoso sexual en entrevistas de trabajo, las que no encajan en los cánones de belleza, las que nunca verán reconocias su aptitudes. La cruz sobre el pecho desnuda de Petrunya es una bonita metáfora, nos recuerda que las excluidas pueden empezar una revolución.

Nota: 7

Lo mejor: La interpretación de Zorica Nusheva

Lo peor: Un guion que podría haber dado más de sí

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