La interesante y jugosa 'El canto de la selva', de los debutantes Joao Salaviza y Renée Nader Messora, ofrece un ritmo enormemente paciente y contemplativo a partir del que traza un retrato (casi) documental de la tribu indígena krahô (situados al norte de Brasil). Ganadora del Premio del Jurado en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes en 2018, la película es sobre todo un viaje de personaje. El proceso de duelo y huida del destino marcado para el joven Ihjac, un krahô casado y con un hijo que debe prepararse para el rito de despedida de su fallecido padre y aceptar el puesto de chamán que el grupo le designó.
Descubrir otros mundos
Lo que conocemos en el séptimo arte como cine antropológico o etnológico parece estar experimentando un cierto resurgir, en especial dentro del cine latinoamericano. Cineastas que se han interesado en retratar la vida de las últimas sociedades nativas que continúan viviendo en sus países para construir, a partir de ellas, nuevas historias que sirven de retrato de la realidad y situación del continente tanto para la tribu nativa que nos presenta como para el sistema social del país en su totalidad.
Dentro de este resurgir, el gran exponente actual es el colombiano Ciro Guerra que en sus filmes 'El abrazo de la serpiente' y 'Pájaros de verano' construye un retrato del colonialismo o la corrupción y el narcotráfico desde la perspectiva de culturas indígenas, retratando cómo es la realidad de las sociedades urbanas que les rodean. Filmes muy atractivos, reflexivos y fascinantes que le sirven para analizar la historia de su país y que se colocan como referentes en este nuevo resurgir. A los que ahora se une la brasileña 'El canto de la selva'.
Un pausado ritual de paso
Hasta llegar al momento de la ceremonia ritual del fallecido padre que le permita ir al Reino de los Muertos, los directores viajan junto a Ihjac por la comunidad Krahô y su no resignación al camino marcado. Todo ello desde un ritmo contemplativo, cercano a este tipo de comunidades, en las que el tiempo funciona a otro ritmo. Más pausado, más paciente. Un desarrollo del personaje de cocción muy lenta y sencilla, que busca labrarse otro destino que él sí vea capaz de aceptar y que exige mucha paciencia al espectador.
Un viaje de madurez en el que Ihjac se debate entre la comodidad de su comunidad y el destino marcado que él tiene en ella, o ir en busca de oportunidades en la dañada jungla urbana que es la ciudad. Un ritual de paso (en parte también para el paciente espectador) en el que caben reflexiones sobre el duelo, la aceptación de nuestro objetivo y destino vital; y un retrato sobre la dificultad de pertenecer a una tribu indígena en países como Brasil (sobre todo ahora que Bolsonaro está en el gobierno). Además de una interesante mezcla de géneros entre la ficción y el documental antropológico que pinta un sobresaliente lienzo sobre la tribu Krajô, hasta ahora desconocida para el público general.
Nota: 6
Lo mejor: Su mezcla entre estudio de personaje y documento etnológico regalan una singular propuesta y momentos de bella poética.
Lo peor: Exige una paciencia al espectador a la que pocos se comprometerán. Su construcción del viaje del protagonista no deja ser plano y algo visto.
