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CRÍTICA

'El cuento de las comadrejas': El crepúsculo de los pobres diablos

Juan José Campanella vuelve con su primer largometraje de acción real 10 años después de la oscarizada 'El secreto de sus ojos'.

Por Javier Pérez Martín 12 de Julio 2019 | 09:00

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¿Ya no se hacen películas como las de antes? Eso dicen muchos, entre ellos los protagonistas de 'El cuento de las comadrejas', cuatro ancianos, viejas glorias del cine argentino, que viven aislados de la civilización y pasan sus días rememorando los días remotos. También lo dice, por medio de esta película, Juan José Campanella, que vuelve con un largometraje de acción real 10 años después de haber alcanzado la cima de su carrera con 'El secreto de sus ojos' y seis después de estrenar la familiar 'Futbolín'. La nostalgia es una trampa mortal, como las que estos cuatro viejos plantan para cazar "los bichitos" que campan en su viejo caserón, pero Campanella sale airoso de ella firmando un homenaje honesto y lleno de cariño al cine clásico y un juego de ficción juguetón plagado de divertidísimos diálogos y giros de guion.

'El cuento de las comadrejas'

Remake de un clásico del cine argentino, 'Los muchachos de antes no usaban arsénico', 'El cuento de las comadrejas' parece una máquina del tiempo hecha para trasladarnos a los tiempos en los que Billy Wilder y Ernst Lubitsch escribían las más agudas comedias del Hollywood dorado. Cuenta la historia de Mara Ordaz, una antigua estrella del cine en blanco y negro que pasa su vejez rodeada de tres hombres y un Oscar. Los hombres son su marido, el también actor (aunque de mucho menor éxito y talento) Pedro de Córdova, y el director y el guionista de sus películas más exitosas, Norberto Imbert y Martín Saravia. Mara los aborrece a todos, aunque no tanto como admira y ama su Oscar. Con todo, es una casa vieja que vive suspendida en el tiempo, viendo películas viejas y escuchando música vieja, y sus cuatro habitantes viven a gusto en el olvido, en un equilibrio armonioso sostenido por los constantes ataques verbales cargados de ingenio que se lanzan los unos a los otros.

En esa burbuja anacrónica, que a la vez es un decorado cinematográfico, nos introduce con ritmo y pulso Campanella (que vuelve a escribir el guion como ya hiciera en la mayor parte de su filmografía), logrando que se nos olvide el tiempo presente, el nuestro y el de la ficción. Hasta que dos intrusos llegan con mentiras embaucadoras y un propósito oscuro: apropiarse de la casa y monetizarla. Son dos villanos de manual, sobre todo ella, una femme fatale interpretada con acento argentino y mucha convicción por Clara Lago, que a la vez encarnan uno de los grandes males de la sociedad: la cruel apisonadora que es el capitalismo liberal, que no dudará en echar a cuatro ancianos de su hogar en los últimos días de sus vidas. Pero 'El cuento de las comadrejas' no está demasiado preocupada por las lecturas sociales, más allá del cuidado y la empatía hacia los ancianos que siempre han bañado el cine de Campanella.

'El cuento de las comadrejas'

Lo más interesante y divertido de 'El cuento de las comadrejas' es cómo hila constantemente ese juego de metaficción, de personajes conscientes de vivir en una película, sobre todo porque se trata de gentes del cine: acostumbrados a escribir ellos mismos el destino de sus personajes, se negarán a dejarse empujar por una mano ajena. Sobre todo Norberto y Martín, unos inmejorables Oscar Martínez y Marcos Mundstock, este último integrante de Les Luthiers, lucharán con dientes y uñas, en principio figurados, contra las "comadrejas" que se han colado en su casa. Casi a su altura están, aunque lo tienen difícil, los malísimos Francisco (Nicolás Francella) y Bárbara, interpretada por la actriz española de 'Ocho apellidos'. Clara Lago sorprende con un personaje que el cine español no le había ofrecido, una villana de las de antes; de ahí se puede explicar, no sé si justificar, cierto tufo misógino del que no se puede desprender la figura clásica de la femme fatale escrita, y mirada, por un hombre. Es un jugoso personaje al que quieres odiar pero no puedes, porque Lago la impregna de humanidad y vulnerabilidad sin dejar de resultar peligrosa.

Ese juego del ratón y el gato está contado en una estructura paralela, clarísima y en todo momento entretenida (es lo que tiene beber de los clásicos), que por un lado muestra la seducción del joven Francisco a la vanidosa Mara y, por otro, la guerra abierta entre los hombres y Bárbara, y todos ellos interpretando su papel en la imparable función, ya sea la actriz, el vendedor o los ancianos que luchan desesperados por su supervivencia. Hay una espectacular escena en la que simplemente se juega al billar, e incontables tiroteos de frases memorables entregadas con un control absoluto de la comedia y el timing por parte del reparto. Una delicia que quizá decepcione a algunos seguidores de Campanella, que nunca se había entregado con tanta fuerza a la comedia despreocupada, pero que no deja de colar sus obsesiones entre gag y gag.

Amar a través del tiempo

'El cuento de las comadrejas'

Porque el Campanella más romántico sigue vivo. Ya fuera a través de Héctor Alterio en 'El hijo de la novia' o Pablo Rago en esa joya absoluta que fue 'Vientos de agua', el director argentino se ha empeñado en contar historias de amor que sobreviven al ocaso de los amantes, ese tipo de amor entregado y venerador que sienten algunos personajes masculinos de su filmografía por sus mujeres, y que él siempre ha rodado desde los primeros planos. En 'El cuento de las comadrejas' vuelve a estar presente en el personaje de Luis Brandoni, ese Pedro de Córdova que ha vivido siempre a la sombra de su adorada Mara Ordaz, una estrella de las de antes interpretada como tal por Graciela Borges. Ella protagoniza el mejor plano de toda la película, que es puro Juan José Campanella: la vieja película de Mara Ordaz proyectándose sobre el rostro de la actriz. La joven Mara, en el máximo esplendor de su belleza y en su cenit como actriz, fusionándose con la anciana a través del cine. Pasado y presente, unidos a través de la imagen. Como ya ha hecho antes, Campanella impregna esta historia de amor del peso, y el paso, del tiempo, una prueba de fuego superada sin esfuerzo alguno. "Si las películas, que están hechas de plástico, envejecen, imagínese el amor, que está hecho de intenciones", dice un personaje en la película. Pero no es así el amor que retrata Campanella, ni tampoco el cine: ambos están hechos para perdurar.

Nota: 8

Lo mejor: Los ingeniosos diálogos, endiabladamente entretenidos, que parecen escritos por Billy Wilder

Lo peor: Que solo el público más maduro vaya a darle una oportunidad, o que pueda pasar desapercibida