Desde que se anunciara, 'El refugio atómico', creada por Álex Pina y Esther Martínez Lobato, los responsables de 'La casa de papel, atrajo toda la atención. La idea de un búnker de lujo para millonarios ante la amenaza de un conflicto global, dos familias enfrentadas, secretos del pasado y tensión psicológica sonaba de lo más atractiva. Y ahí se ha quedado.
Ante un precedente de tal magnitud, pese a que las comparaciones sean inevitables, es necesario diferenciarse lo suficiente como para adquirir entidad propia. No solo no ha pasado sino que, además, cuando lo intenta falla. Todo es demasiado familiar: El encierro, la tensión continua y la figura de un personaje que funciona como cerebro de la trama guiando al resto y marcando el camino recuerdan demasiado a lo que ya vimos con El Profesor en 'La casa de papel'. Aunque el contexto sea distinto, los paralelismos se sienten demasiado marcados y la originalidad sufre cuando el guion parece apoyarse en fórmulas previas que ya habían funcionado.
Sobredosis de melodrama
Si bien la idea de búnker de lujo con millonarios conviviendo bajo presión es atractiva y tiene potencial, la serie de Vancouver Media acaba llevándolo por derroteros de folletín. El arranque resulta atractivo con un giro al final del primer episodio que engancha. A partir de ahí, todo resulta una montaña rusa averiada en la que el fin del mundo pasa a un segundo plano para hacer del encierro una disparatada telenovela de alto presupuesto. No se explora el drama de lo ocurrido, no hay crítica o reflexión sobre el privilegio más allá de presentar a un puñado de personajes de dudosa moralidad aplastando así con salseo todo lo político.
'El refugio atómico' incurre en excesos melodramáticos. Las relaciones entre personajes, los conflictos sentimentales, los secretos y traiciones no tienen razón de ser un muchos casos. Algunas de estas tramas escalan y desescalan con una base emocional errática, lo que obliga al espectador a suspender la incredulidad si quiere tragarse lo que está pasando. En momentos parece que lo que importa es que pasen cosas, muchas cosas, aunque estas no tengan sentido.
Especialmente problemático es cómo el guion busca continuamente la intensidad: monólogos dramáticos, momentos de susurros y hasta recrearse en las respiraciones de los protagonistas buscando una tensión que acaba resultando artificial. En vez de contribuir a la inmersión, estos recursos pueden generar distancia. Cuando lo emotivo necesita forzarse tanto se pierde credibilidad emocional.
Cada uno de los ocho episodio que componen la primera temporada parecen querer sobrepasar al anterior en cantidad de eventos, conflictos, revelaciones. Ello provoca que no haya espacio para que las tramas se asienten y para que los personajes respiren (en sentido narrativo, literalmente ya escuchamos que tienen buenos pulmones). A veces uno desea que se detenga, que se permita que una escena importe verdaderamente antes de pasar a la siguiente. Esa falta de pausa hace que lo que podría tener peso dramático quede diluido.
Resulta llamativo que la mayoría de los habitantes del Kimera Underground Park sean despreciables. Algo que no es necesariamente malo pues las grietas morales pueden resultar fascinantes. Pero si se asume un riesgo así, se debe dejar espacio para conectar y aquí no lo hay. Todos tienen defectos, todos parecen tener agendas, traumas, secretos, traiciones... y muy pocos tienen momentos de redención o de humanidad creíble. Se echa de menos algo que te haga importar lo que les pase más allá del morbo de verlos caer.
Un búnker desequilibrado
En la serie protagonizada por Álvaro Morte y Úrsula Corberó también hay intensidad, tensión, riesgos, sorpresas y giros sorprendentes. Pero en 'La casa de papel' todo estaba equilibrado: los personajes tenían matices, las motivaciones estaban justificadas, los tempos dramáticos respetaban espacios, los giros funcionaban porque se sustentaban en relaciones previamente sembradas. Aquí ese equilibrio se rompe: lo que en aquella era tensión sostenida, aquí es un péndulo que oscila entre lo épico y lo ridículo.
Es justo reconocer lo que sí funciona. El giro final del primer episodio es una joya: engancha, hace que uno quiera seguir para ver adónde irá todo. La ambientación del búnker, el diseño del set, la estética inspirada en estilos retrofuturistas y Bauhaus, los espacios de lujo bajo tierra, la utopía distópica de confort son muy atractivos.
El gran comienzo, sin embargo, no consigue sostenerse. Con este material el reparto hace lo que puede. Miren Ibarguren, Natalia Verbeke, Joaquín Furriel, Pau Simin, Alicia Falcó, Carlos Santos, Álex Villazán, Montse Guallar y Agustina Bisio se dejan llevar en el torbellino de géneros que tensan y destensan la historia a conveniencia.
¿Será un éxito?
'El refugio atómico' es una serie con muchas ideas, con un arranque potente, con estética cuidada y con todo el arsenal visual y técnico para haber sido algo grande. Pero acaba siendo también una producción desequilibrada, cargada de melodrama hasta lo inverosímil, con personajes difíciles de soportar, con guiones que subrayan mucho lo obvio, buscadores de sobresaltos más que de emociones auténticas. Se aprecia que Pina y Martínez Lobato intentan revalidar su sello, empujar los límites; lamentablemente, en este caso, parece que todo empuja en exceso.
Pese a todo puede lograr cierto éxito comercial aunque al final todo se queda muy lejos de lo que podría ser. Si redujera su urgencia por impactar y fortaleciera su pulso narrativo podría haber sido algo muy distinto. Para quien disfrute del culebrón, de los choques dramáticos y de ver cuántas cosas pueden romperse bajo presión, puede ser entretenida. Pero el Kimera Underground Park merecía algo más.