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CRÍTICA

'La hija de un ladrón': Greta Fernández se consagra con el retrato de la clase obrera más luminoso del cine español

Belén Funes firma una ópera prima llena de verdad y con una sencillez narrativa abrumadora.

Por Javier Pérez Martín 28 de Noviembre 2019 | 19:22

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Hay una cuestión que le plantean varias veces a Sara, el personaje interpretado por Greta Fernández en 'La hija de un ladrón': "¿Quién eres?". Ella dice ser una persona normal, algo que no significa nada pero denota muchas cosas. Ser una persona normal es para la joven Sara una aspiración, un objetivo: salir del fango en el que nació. También es un no-espacio creado donde debería estar la identidad que no ha podido construirse, porque a sus menos de 20 años tiene que trabajar para mantenerse a sí misma y a su bebé.

'La hija de un ladrón'

Cuando no está trabajando, Sara ocupa gran parte de su tiempo buscando en qué trabajar, pateándose una Barcelona alejada del centro turístico. Limpia obras de construcción terminadas, hace de pinche de cocina, pone copas si hace falta; a Sara no se le caen los anillos porque no los tiene. Los servicios sociales la asisten con una vivienda temporal, un piso austero que tiene que compartir con otra madre joven soltera. Una ayuda que para el Estado equivale a una limosna y que para Sara significa la supervivencia. Esa ayuda es lo que separa a 'La hija de un ladrón' de 'Joker', y lo que nos separa a nosotros de la jungla neoliberal que es Estados Unidos.

Esto no es una tragedia espectacular, sino un drama intimista que retrata con extraordinario detallismo a la clase obrera de este país como una hermandad solidaria, noble y cariñosa. Sara deja a su bebé con la vecina cuando se va a trabajar, ayuda a sus compañeras y las trata con cariño. Celebra gratis la Comunión de su hermano en el bar de unos amigos, con unos pollos asados como banquete. Cuando el niño recibe como regalo de Comunión un billete de 20 euros, pide que le hagan una foto con él. Sara reparte cajitas de Ferrero Rocher de tres unidades entre los asistentes. "Un recordatorio", les dice.

Curiosamente, uno de los pocos ejemplos recientes de películas españolas que han retratado a la clase obrera sin dramatismo ni juicio alguno es una película de terror, la magnífica 'Verónica' de Paco Plaza. Es un estrato de la sociedad que no solemos ver en el cine, normalmente centrado en las clases más acomodadas a las que pertenecen los que tienen la suerte de poder hacer películas. Cuando el cine se asoma a la pobreza, lo hace buscando la miseria y la fatalidad, cuando no la pornografía emocional. Pero no Funes, que junto a su coguionista Marçal Cebrian huye de subrayados y dramatismo. La nevera de Sara no está vacía, tiene lo suficiente para comer y ofrecer un bocado a las visitas (esas botellas de refrescos de dos litros, esos paquetes de fiambre de un euro). Sara es una persona normal, es decir, no está en el fango del que sabe que viene y al que podría volver si cualquier cosa se tuerce. Su lucha constante, probablemente lo que la define, consiste en trabajar, trabajar y trabajar.

'La hija de un ladrón'

En ese retrato positivo, casi apologético, de la clase obrera, Funes se niega a pintar a sus personajes como buenos o malos. Prueba de ello es la relación de Sara con su exnovio, interpretado por Àlex Monner, otro actor jovencísimo que lleva años demostrando un talento enorme, y con el que Fernández ya coincidió en 'La próxima piel'. Queda claro que mantienen una relación cordial y afectiva por el hijo que comparten: él no corresponde los sentimientos de Sara, pero la trata con cariño y se preocupa por ella. Ni siquiera ese "padre ladrón" que da título a la película es un villano. Ese hombre construido por Eduard Fernández existe en la vida real: es un padre problemático, peligroso, alcohólico y desleal, que valora más esa libertad por la que brinda que a sus hijos; pero también es cariñoso y atento. Hay algo generacional en este personaje, como lo había en aquella mujer adicta y desconectada que le valió el Goya a Nathalie Poza en 'No sé decir adiós'. Son los hijos de la Transición, a caballo entre el catolicismo franquista y la libertad rupturista que vendría, y han dado a luz a una generación sin padres, como Sara.

A través de la sobriedad técnica y una economía narrativa apabullante, y bebiendo del cine social de Ken Loach, del naturalismo de los hermanos Dardenne y de la construcción de personajes de Isaki Lacuesta, con el que de hecho ha trabajado, Belén Funes construye una obra llena de verdad, contenida pero emocionante, sosegada pero inquieta, triste pero humanista.

'La hija de un ladrón'

La consagración de Greta Fernández

Y en el centro de todo ello está Sara. La directora persigue a Greta Fernández con su cámara, rozando un estilo documental que nos muestra constantemente la espalda de la actriz protagonista y consigue que nos pongamos en su piel. Sara es una chica llena de luz, de perdón, de un amor que nadie le devuelve. No es especialmente inteligente, pero sí lo suficientemente espabilada para sobrevivir. Ni la precariedad ni la soledad pueden derribarla; tampoco una herencia familiar que podría acabar acabar con ella, literalmente, pero de la que no sabe desprenderse ("No puedo olvidarme de él, lo llevo en la cara"). Sin identidad (y sin firma) y carente de un amor que anhela con todo su cuerpo (esos abrazos que mendiga), Sara es una mujer real y una superviviente que nada contra la moda de los personajes femeninos fuertes, perfectos, empoderados. Sara es un personaje reconocible y humano, y Greta Fernández, en su segundo papel protagonista tras 'Elisa y Marcela', se entrega a él como la bestia de la interpretación que sospechábamos que es. Insuflando a Sara de una verdad infinita y convirtiéndola en un personaje que nos acompaña más allá de la sala de cine (y de esa desgarradora última escena), Greta Fernández se confirma en 'La hija de un ladrón' como la mejor actriz de una nueva generación y se gana un hueco vitalicio en la industria del cine español.

Nota: 9

Lo mejor: El retrato luminoso y detallista de la clase obrera y la consagración de Greta Fernández

Lo peor: Su economía de la información y su historia contada a fuego lento podrían resultar algo herméticas para el público menos paciente