Más allá de los colores pastel, los viajes a través de habitaciones subidos en travellings laterales, la frontalidad de los discursos a cámara de sus personajes y el desglose de objetos que se presentan en pantalla, el cine de Wes Anderson siempre había contenido en el interior de las paredes de papel maché un corazón enorme insuflando vida a lo inicialmente inerte de su propuesta.
Ese corazón siempre ha sido algo muy poderoso en su obra, la familia en todas sus vertientes: la que tienes, la que quieres, la que te encuentras. Lo raquítico y perfeccionista de su propuesta se fugaba precisamente por la emoción desbordante de sus historias, esas que por momentos desmontaban el gran decorado en el que siempre se han encontrado las formas de Wes Anderson.
Sin embargo, como todo director autor, llegó un punto en el que las formas comenzaron a tapar poco a poco los agujeros existentes para que las emociones respirasen, hasta tal punto de crear maquetas, sin duda preciosas y divertidas, pero muy alejadas de ese cariño por los personajes y sus vivencias que siempre habían sobrevivido. 'Asteroid City' o sus adaptaciones de Roald Dahl son buena prueba de ello.

No es que la calidad haya disminuido, ni siquiera que estas sean bloques de hielo impenetrables, simplemente las formas han tomado un porcentaje tan alto que las emociones se sienten tan artificiosas como sus imágenes. Con sus matices, esto es un poco lo que le ocurre a 'La trama fenicia', una película que cumple al completo todo el registro formal de Anderson, como si de una lista de la compra se tratase, el director incluye toda su parafernalia identitaria.
Tampoco se aleja temáticamente de lo que ya conocemos, un empresario multimillonario (Benicio Del Toro), después del último intento de asesinato sobre su persona, decide volver a ponerse en contacto con su hija (Mia Threapleton), una monja que le ayudará a poner su plan final en marcha. La familia de nuevo como punto central de la historia para abrir camino al gran truco de magia "andersoniano", asistiendo a un carrusel de locaciones, todas ellas meticulosamente diseñadas.

Hollywood desfilando
No es tan terrible como parece, la película contiene grandes secuencias de comedia que funcionan a la perfección, además, el star system que las recita (nunca mejor dicho) con semblante indiferente, ayuda bastante a la elocuencia del filme y a su cadencia humorística, a destacar el polifacético papel de Michael Cera. Tom Hanks, Bryan Cranston, Scarlett Johansson y Benedict Cumberbatch son unos pocos de las muchas estrellas que desfilan en pantalla creando secuencias bastante desternillantes.
Anderson tampoco ha perdido el ritmo fílmico, y si bien repite estructura una y otra vez aprovechando el juego de misiones por las que deben pasar, ninguna se siente especialmente alargada precisamente por la capacidad del director de transitar entre escenas con su gracia habitual.
Aún así, hay algo que no termina de salir de las cajas, esas mismas que tienen que cumplir los personajes a rajatabla son paradójicamente las mismas por las que Wes Anderson nos hace pasar como espectadores, como si el director no se imaginase no poder continuar la historia sin uno de sus manierismos, condenándola casi a una parodia formalista, una jaula que cada vez deja menos sitio para esos lugares que siempre habían existido en sus obras para que aflorasen las emociones.

Solo en su final consigue alejarse de la pomposidad de su corsé y dedicar una mirada más alejada de los colores pastel, y dejar, al menos por un instante, que esa familia, esta vez la que queremos y nos quiere, juegue una sencilla partida de cartas al calor de una sencilla mesa con un cruce de sencillas miradas.