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CRÍTICA

'Los consejos de Alice': Pensar, debatir, actuar

Nicolas Pariser ('El gran juego') nos acerca, en su segunda película, al difícil y desconcertante mundo de la política y la filosofía.

Por Víctor Fernández López 17 de Enero 2020 | 10:03

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Alice (excelente Anaïs Demoustier) vive en su mundo. Un mundo de pensar, estudiar y teorizar. Lo hace sola, a su manera y sin preocuparse mucho por el futuro. Quizá, se podría decir, vive algo alejada de la realidad. Por ello, en los primeros planos de la película, la vemos bajar incansables escaleras, como aproximándose al mundo terrenal al que contadas veces se acerca. No por su situación económica o social, sino más bien por su situación filosófica. Lo hace, además, desde su casa. Una casa que, parece, se sitúa en lo alto de la ciudad, como abstraída de todo. Su bajada, aunque ya permanente (nunca la volveremos a ver subir o bajar desde su hogar) es relativa. El descubrimiento de la realidad le confunde y es que, a pesar de poner los pies en el suelo, lo hace subiendo de nuevo otras escaleras, esta vez hacia los despachos del partido socialista para el que va a empezar a trabajar. No comprende mucho su llegada ahí, y más cuando el puesto para el que había sido contratada ha desaparecido. En su lugar, el partido ha decidido dejarla como creadora de ideas, algo aún más abstracto si cabe. Ante esta situación, Alice no entiende nada. Se encuentra perdida.

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De esta manera nos presenta Nicolas Pariser su relato, un nuevo acercamiento al mundo de la política que ya investigó en su primer cortometraje, 'Le jour où Ségolène a gagné' (2008), y en el mediometraje 'La République' (2010). El cineasta estudió derecho y filosofía, quizá de ahí su compromiso con un cine tan cercano a la palabra y a lo intelectual. 'Los consejos de Alice' basa sus ideas, esencialmente, en ello. Del mismo modo que la protagonista se encuentra perdida en un mundo que desconoce y al que entra de lleno sin tiempo de reacción, Paul Théraneau (más que correcto Fabrice Luchini), el alcalde de Lyon y jefe de Alice, con más de 30 años de experiencia en la política, también lo sufre. De otra manera, pero por un mismo desencadenante. La joven filósofa observa su entorno y descubre que todos hablan y hablan, pero sin decirse nada. Como fantasmas, se presentan y se cruzan, pero casi sin mirarse a los ojos. La velocidad del presente engulle cualquier tipo de reflexión. Por ello, el alcalde también ha dejado de pensar. Sin tiempo para hacerlo, sus ideas se han acabado y, con ello, el verdadero significado de su trabajo.

"En las grandes películas americanas hay una utopía de una democracia dónde podemos pensar, debatir, actuar. Sin embargo, hoy en día, esta articulación pensar-discutir-actuar no parece funcionar del todo. Esta crisis es mortal para la democracia". Las palabras del propio cineasta sobre su obra vislumbran uno de los grandes hallazgos del filme. Allí dónde las películas políticas americanas casi siempre se caracterizan por la verborrea y el debate, en 'Los consejos de Alice' se torna todo en incomunicación. Del mismo modo, allí donde la verborrea produce una puesta en escena ágil, o al menos fluida, en la película de Parisier todo conduce a lo anestesiado. Quizá el término nos haga pensar en algo peyorativo, pero las formas se adaptan bien al contenido de la cinta. La sobriedad y el estatismo de la cámara nos hacen observar todo desde fuera, del mismo modo que sus protagonistas. Observamos, con ellos, un mundo que nos pisa los talones sin que nos dé tiempo a reaccionar. De ese modo, la cámara parece no reaccionar tampoco. Y así, como Alice y Paul, entre plano y contraplano, entre pasillos y despachos, nos perdemos. Porque todo se habla y se habla, pero sin encontrarle mucho el sentido.

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La cinta plantea, de este modo, el dilema del pensamiento. En cuanto los personajes piensan, les cuesta actuar. En cambio, sin pensar, todos actúan según la senda marcada. La única que al principio piensa es Alice y gracias a sus consejos lo empieza a hacer también el alcalde. Por ello la película se sostiene, quizá, sobre un ritmo un tanto desigual. El pensamiento no es fluido y la narración, en este caso, tampoco. Puede chocarnos, pero en su mecanismo más interno tiene sentido. Se le puede achacar en cambio, eso sí, cierto conservadurismo estético. No en relación al clasicismo de su concepción fija de la imagen, sino más bien a ciertos elementos convencionales que le restan interés a la obra. La música, por poner uno, ni se funde con las escenas ni tampoco aporta un sentido claro a la narrativa, más allá del de desengrasar ciertos momentos donde el ritmo y el montaje parecen peligrar en sus transiciones. Esto nos descubre el miedo del director a que el espectador desconecte y, por ende, acaba restando valor a su propia obra.

Teorías políticas vs. Drama de los personajes

El otro gran problema que reside en la obra de Parisier versa directamente sobre el guion que el propio cineasta ha realizado. Queriendo situar su obra en el marco puramente político, para hablar así de la descomposición de la democracia (como él mismo ha dicho, "mi película habla de la crisis de la democracia, del final de un ciclo") la línea que se sitúa entre esto y el padecer de cada personaje no acaba por ser realmente perfilada. La película, en España, ha recibido el nombre de 'Los consejos de Alice', sin embargo, durante casi toda la obra, apenas conocemos cuales son estos consejos. El guionista se pierde entre exponer estas ideas y enseñarnos la privacidad de la protagonista. Al final, ni una ni otra. Del mismo modo, el título original, 'Alice et le maire' ('Alice y el alcalde') tampoco deja claro el devenir de la cinta. El alcalde es un personaje perdido, pero que también se pierde en el relato. Las escenas con ambos en pantalla no son tantas y su relación se torna finalmente fortuita, no por poco creíble, si no por poco trabajada. Por ello, en su tramo final, cuando la película había sido conducida en su totalidad por Alice, al cineasta le pisa los talones su propio libreto y nos hace varios saltos de punto de vista no del todo justificados y que sirven más como cierre al personaje de Paul Théraneau que como verdadera necesidad del relato.

De este modo, el interés que podía haber suscitado la relación de la descomposición de la democracia con la descomposición de las propias vidas de sus personajes (idea que claramente sobrevuela el núcleo de la historia) no acaba por tener "mordiente". Parisier se muestra crítico, pero también esperanzado. Es lógico e incluso de agradecer, pero para la esperanza quizá hubiese hecho falta más profundidad y conexión entre sus dos vertientes (la política y la humana). Por ello, 'Los consejos de Alice' queda finalmente en una película interesante en sus ideas y en parte de su ejecución, pero demasiado externa de cara a los espectadores. Analizándolo bien, la cinta hubiese necesitado un poco más de reflexión, de pensamiento (aunque fuese difuso), por parte de su creador. En definitiva, algo más de pensar-discutir-actuar. Pues de discutir un poco más con sus propios errores, seguramente hubiese acabado actuando en nosotros de manera mucho más incisiva de la que lo hace.

Nota: 6

Lo mejor: Su tesis sobre la actualidad política y su posible devenir. Las actuaciones de Fabrice Luchini y Anaïs Demoustier.

Lo peor: Su poca precisión a la hora de navegar entre el plano político y el plano emocional de los personajes.

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