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CRÍTICA

'Mientras dure la guerra': Amenábar, Unamuno, Franco y la equidistancia

La séptima película de Alejandro Amenábar es una entretenida lección de historia con un reparto excelente. Pero en lo ideológico tiene un problemático espíritu equidistante.

Por Javier Pérez Martín 21 de Septiembre 2019 | 15:35

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La séptima película de Alejandro Amenábar empieza con un plano que resume a la perfección tanto sus intenciones como sus fallos. Una bandera ondeando al viento cuyos colores no podemos distinguir, porque el director ha teñido la imagen de un monocromático blanco y negro. Un recurso artificioso pero sencillo para desprender al símbolo de su significado, que no termina de funcionar del todo: cualquiera que sepa un poquito de la historia reciente de España reconocerá la tricolor republicana. Con 'Mientras dure la guerra', Amenábar pretende conciliar, lo que le honra porque si algo necesita España ahora mismo es acuerdo, acercamiento y pacto, pero lo más probable es que acabe enfadando por igual a los dos bandos por su tratamiento equidistante y ambivalente de la historia.

'Mientras dure la guerra'

Karra Elejalde interpreta a Miguel de Unamuno, figura en la que Amenábar y Alejandro Hernández centran este episodio histórico, el golpe militar con el que Franco empezó la Guerra Civil y consiguió instaurar el fascismo en España durante medio siglo XX. Una buena decisión por parte de los guionistas que otorga a la película un conflicto personal e ideológico, pues Unamuno fue cambiante en su posición política a lo largo de su vida, y de hecho en un principio apoyó el golpe de la derecha por su descontento con los resultados de la Segunda República. Poco a poco, Unamuno se va encontrando con las consecuencias reales del levantamiento y dándose cuenta de cuál es el propósito de los militares, hasta que no le queda otra que denunciar la barbarie públicamente con el famoso discurso en el que pronunció aquello de "venceréis, pero no convenceréis".

Está claro que Amenábar quiere evitar a toda costa que le llamen rojo y sectario, y para ello se ocupa de presentar, y defender, las dos posturas en un delirante ejercicio de blanqueamiento del fascismo que a estas alturas está absolutamente normalizado. Lo llevamos viendo ya años en los medios con el alt-right y en España concretamente con VOX. Ya sea una decisión comercial o política, 'Mientras dure la guerra' humaniza el franquismo y sus intenciones, al menos en sus primeros pasos, unos años antes de que Franco ganara la guerra e instaurara su dictadura. Vemos el juego de poder del caudillo, su templanza y su agudeza a la hora de posicionarse como el líder del levantamiento, sus dudas y sus cálculos al enfrentarse a sus contrincantes políticos. Interpretado por el menos conocido del reparto, Santi Prego, Franco se nos muestra como un hombrecillo afable, inteligente y muy buen marido y padre. Si hay un villano aquí, es José Millán-Astray, interpretado por un Eduard Fernández que evita por poco caer en la caricatura, porque casi siempre hace lo mismo pero lo hace muy bien. Lo mejor de esta parte de la película, de hecho, son las interpretaciones: tanto Prego como Fernández construyen personajes complejos y creíbles, y están acompañados por un plantel de infalibles secundarios de nuestro cine, como Luis Bermejo, Luis Callejo y Tito Valverde.

'Mientras dure la guerra'

Además, la trama de Franco está algo desconectada del conflicto principal de 'Mientras dure la guerra': el debate interno de Unamuno. Elejalde está obviamente más que convincente en su interpretación de un hombre viejo cuya magna inteligencia no le ha impedido dormirse en los laureles. De eso le acusan sus dos mejores amigos, Salvador Vila (Carlos Serrano-Clark) y Atilano Coco (Luis Zahera), con los que Unamuno no comparte ideologías pero sí cafés diarios. Y es cierto, Unamuno vive soñando despierto con el pasado y haciendo figuras de papiroflexia. Con tanto animalito de papel, ha olvidado que esas hojas sirven para escribir palabras en ellas. Es uno de los varios detalles que elevan a 'Mientras dure la guerra', más allá de su faceta más política: el paulatino despertar de Unamuno es el gran logro de la película y culmina en la emocionante y catártica escena del discurso. Teniendo en cuenta lo lejos que quedan ya 'Los otros' y 'Mar adentro', quizá Amenábar haya puesto algo de sí mismo en ese Unamuno somnoliento.

Por lo demás, a 'Mientras dure la guerra' le falta algo de sangre pero es asombrosamente entretenida, y se gana a pulso su lugar en las aulas de Historia de España para ilustrar un episodio muy importante de nuestro pasado. Por eso es más sangrante su espíritu neutral. Dijo Unamuno, y lo recita Karra Elejalde, que "a veces el silencio es la peor mentira". Ese parece ser el mensaje principal de Amenábar y de 'Mientras dure la guerra', y por eso no se entiende el esfuerzo constante por equilibrar la balanza ideológica del conflicto; un esfuerzo que tiene su mayor exponente en la escena más disparatada de todas, protagonizada hacia el final por la mujer de Franco, Carmen Polo (Mireia Rey). Sería de agradecer que Amenábar no usara brocha gorda para dibujar a héroes y villanos si no fuera porque subraya constantemente esos pretendidos grises en su retrato de Franco y su entorno. Como en el primer plano de la película, son grises artificiales y no convencen a nadie. "Ni los buenos fueron tan buenos, ni los malos fueron tan malos" quizá no sea la conclusión más adecuada cuando hablas de un levantamiento militar que condenó a nuestro país al retroceso y la injusticia durante décadas. Y no es la lectura más oportuna en pleno avance de la ultraderecha en nuestro país.

La España de Amenábar

'Mientras dure la guerra'

Quizá lo más interesante de 'Mientras dure la guerra' son sus intentos por derribar los símbolos más vacuos del patriotismo más peligroso que tan extendido está en nuestro país. "Arriba España, y pensarán que dicen algo", refunfuña Unamuno en una escena. En otra, un grupo de legionarios intentan cantar el himno nacional para celebrar la izada de la bandera, pero nadie se sabe la letra. Unos cantan una versión, otros otra, y al final acaban decidiéndose por tararear la melodía. Con fuerza y volumen, pero sin significado alguno, es una perfecta representación de la victoria de la ignorancia.

Por esas rendijas deja Amenábar filtrarse la defensa de su propia idea de España. "Solo quieres discutir", le dice Salvador a Unamuno frente a los campos de las afueras de Salamanca. Unamuno sonríe. Frente a la idea platónica de un paisaje castellano, ambos pasan la tarde discutiendo amistosamente al son del fragmento más emocionante e inspirado de la partitura de Amenábar, que vuelve a escribir su propia banda sonora. Más adelante, Carmen Polo le dice a Unamuno que su marido solo quiere una España "tranquila y en paz". Es decir, una España que no discuta. Pero ¿qué hay más español que discutir? Matar la discusión es, en cierto sentido, matar la inteligencia, y Amenábar dice, para quien quiera entenderlo, que eso es matar a España.

Nota: 7

Lo mejor: El reparto

Lo peor: El espíritu equidistante