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CRÍTICA

'Babylon': Damien Chazelle homenajea a Hollywood en una bacanal desmedida, para bien y para mal

Damien Chazelle estrena 'Babylon', un retrato veraz y mordaz del ascenso y caída de las estrellas en los albores del Hollywood clásico.

Carlos González Manzano
Por Carlos González Manzano Más 20 de Enero 2023 | 09:50
Periodista crepuscular que vive en las viñetas de Tintín, los mundos de Tolkien y las películas de Ghibli

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'Babylon': Damien Chazelle homenajea a Hollywood en una bacanal desmedida, para bien y para mal

Dentro de los grandes cambios que ha sufrido el cine a lo largo de su historia, pueden destacarse desde la llegada del blockbuster en la década de los 70 con películas como 'Tiburón' o 'Star Wars' hasta la revolución tecnológica en forma de efectos digitales precedida por la trilogía de 'El Señor de los Anillos' o 'Avatar'. Sin embargo, puede que, de entre todos ellos, el más importante sea la llegada del sonido a finales de los años 20. Las películas mudas, que tan solo contaban con un letrero para representar los diálogos, se vieron sustituidas por el cine sonoro con personajes hablando por primera vez, desbancando lo visto previamente y revolucionando la industria del cine como nunca. Mostrar todo eso y mucho más es lo que pretende hacer Damien Chazelle con 'Babylon', la gigantesca epopeya sobre el cambio de paradigma en Hollywood y el homenaje definitivo del autor hacia el séptimo arte.

'Babylon'

La temática de su cuarta película no podía venir más al pelo, pues Chazelle siempre ha tenido una relación complicada con Hollywood; y más tras su traumática experiencia en los Oscar de 2017, los de la infamia, donde 'Moonlight' le arrebató la categoría de Mejor película. En palabras del propio cineasta, 'Babylon' es una carta de amor a las películas pero un ataque contra la industria. Industria a la que, por cierto, Chazelle se unió en 2014 cuando saltó a la fama confeccionando una de las mejores óperas primas que se recuerdan: la magistral 'Whiplash', con un ya legendario duelo actoral entre J.K. Simmons y Miles Teller. Pero fue en 2016 cuando el director estadounidense pasó de ser un joven sorprendente a un realizador consolidado al estrenar la brillantísima 'La ciudad de las estrellas: La La Land'. Tras ello, era obvio que lo próximo que sacase Chazelle estaría bajo la atenta mirada de todo el mundo. Dirigió la reivindicable 'First Man - El primer hombre', de nuevo con Ryan Gosling, así como dos episodios de la serie 'The Eddy'.

Para este eventazo, Chazelle ha contado con la creme de la creme. Brad Pitt es Jack Conrad, un afamado y consolidado actor de cine mudo, el mayor caballero de Hollywood. Como contrapartida, Margot Robbie es Nellie LaRoy, una aspirante a estrella que llega para conquistarlo todo, pisando a quien haga falta y tomando lo que tenga que tomar. El tercero en discordia es Diego Calva Hernández, que interpreta a Manny Torres, un camarero que va de aquí para allá satisfaciendo a las grandes personalidades del cine mientras su cabeza se llena de sueños imaginándose triunfar, en este caso, detrás de las cámaras; se trata de los ojos y los oídos del espectador pues irán descubriendo todo al mismo tiempo. Tres personajes impregnados de la magia de la ciudad, embaucados por la ambición y la fama, que deberán adaptarse o morir ante los turbulentos tiempos que asolan el cine estadounidense. Este triunvirato de renombre está acompañado por un ramillete de secundarios (muchísimos, esta película es gigantesca) que no hace sino nutrir el atestado panorama de extravagantes productores, guionistas y directoras, que hacen de Hollywood un lugar tan único y atrayente como peligroso.

'Babylon'

Ascenso y caída en los albores de Hollywood

Dicho esto, podríamos dividir la película en dos partes claramente diferenciadas. La primera, formada por una larguísima fiesta inicial totalmente desfasada y el rodaje tanto de las últimas producciones mudas como de las primeras sonoras. La segunda, tras ser alargada en el tiempo, nos muestra a esos mismos personajes sufriendo las consecuencias de tanto exceso y cayendo en una espiral de decadencia y ruina. Encuadrada dentro de sus tres horas de duración, 'Babylon' necesita de cada minuto para narrar, como si fuese una tragedia épica, el ascenso y la caída de las estrellas en los albores de una época clásica que aún se estaba fraguando.

El cineasta se sirve de una metafísica clara y ya existente, como la reflejada en 'El crepúsculo de los dioses' o 'The Artist', y la entremezcla con el imparable engranaje de algo más grande que uno mismo, explorado tan magistralmente por Rodrigo Sorogoyen en 'El Reino', por poner un ejemplo reciente. El cine sonoro suplanta al mudo y manda de cabeza al ostracismo a las estrellas de entonces, obligándolas a adaptarse o morir en el olvido. Chazelle muestra con vigorosa adrenalina cómo la frenética vida del paseo de la fama puede pasar factura. Es como si la industria fuese un predador agazapado, listo para cazarte a la más mínima oportunidad. 'Babylon' radiografía la alegría de entrar y la dolorosa tristeza de irse; Hollywood te atrae, te engulle, te mastica y te escupe sin que llegues a importarle ni lo más mínimo en ningún momento. Porque es más grande y trascendental que nadie, ya te llames Jack Conrad y seas una cara prestigiosa o Nellie LaRoy y acabes de llegar con ganas de arrasar con todo. Mención especial merece la escena entre el Jack de Brad Pitt y la columnista Elianor Saint John, interpretada por Jean Smart, materializando lo efímero de las personas y la consistencia de una industria que solo acababa de empezar. Chazelle deja claro (con mucha inquina y socarronería) que Hollywood arrasará contigo antes de que seas capaz de arañarle si quiera, mientras, al mismo tiempo, deja patente en cada plano, en cada idea, en cada mención (como a Charles Chaplin o Gary Cooper), su total y absoluto amor a las películas y a la forma de hacer cine.

'Babylon'

La película sale triunfante retratando las locuras de una tierra prometida, de un Los Ángeles vándalo y feroz, sin reglas ni restricciones, como si se tratase del mismísimo Salvaje Oeste. Rodajes caóticos con muertes incluidas, improvisaciones y huidas hacia adelante en las producciones, medios no supervisados o elefantes campando a sus anchas en plena fiesta son algunas de las características que definen este cambio de testigo entre el mudo y el sonoro. Además, 'Babylon' erige una crítica sutil contra el sistema de estudios y su dinámica de trabajo, relegando la parte artística a la nada y fomentando las decisiones ejecutivas a la hora de producir una película. Chazelle se sirve de todo esto para encumbrar un relato barroco y sobrecargado que pase por encima del espectador, que aplaste al público contra la butaca gracias a unas imágenes poderosas y una banda sonora atronadoramente variada. Damien Chazelle hace lento a Baz Luhrmann y 'Babylon' hace que 'Elvis' parezca una película sobria y despojada.

Que siga la fiesta

La grandilocuencia que envuelve a 'Babylon' puede explicarse, además de por su ambiciosa intención narrativa, por su brillante aspecto formal. Como ya hiciese en sus anteriores trabajos, Chazelle exprime la cámara para dar forma a una realización frenética, extenuante y punk, incluyendo sin filtro todos los planos habidos y por haber. Despliega unos kilométricos plano-secuencia al principio de la cinta para retratar lo ampuloso de las fiestas y las orgías llenas de alcohol, sexo y drogas. La visceralidad de las imágenes viene acompañada por una descomunal banda sonora, una de las mejores compuestas por Justin Hurwitz (compositor que ha acompañado a Chazelle en sus anteriores películas), mezclando la música jazz de la época con ritmos modernos y elevando todos los elementos de la película a su máximo exponente.

A todo esto ayuda, por supuesto, el esquizofrénico montaje para que cada personaje, trama o sentimiento tenga cabida y desarrollo. Montaje que, por cierto, colabora en el tono de la película, enfatizando los momentos dramáticos y suavizando el ambiente con las desternillantes set pieces de comedia. Ya sea Margot Robbie repitiendo una toma veinte veces porque a cada momento surge algún inconveniente que hace detener la producción, o la monstruosa secuencia de batalla en un rodaje en el desierto a lo 'Lawrence de Arabia', juntando una multitud exacerbada y adentrándonos en el adrenalínico meollo del asunto como si se tratase de aquella escena mítica de 'La batalla de los bastardos' en 'Juego de Tronos' o del inicio demencial y psicótico de 'Salvar al soldado Ryan'.

Un tercer acto agotado

Sin embargo, todo lo que sube, debe bajar. De la misma manera que le ocurría a 'Elvis', 'Babylon' sufre un bajón considerable hacia el inicio del tercer acto, no tanto por su contenido sino por su ritmo. Es comprensible, teniendo en cuenta sus 189 minutos de metraje (necesario para construir una épica, si me preguntan), que la cinta no prosiga en ese endiablado ritmo. Necesita relajarse y descansar tras emborrachar al público con sus embriagadoras imágenes, provocando en el espectador una desazón comparable a la peor de las resacas.

'Babylon'

No obstante, aún quedaría una traca final relacionada con el personaje de Tobey Maguire, recurriendo (ya con los personajes totalmente desquiciados y sumidos en un torbellino de autodestrucción) a los bajos fondos de Los Ángeles, esa otra Hollywood sórdida, oscura, sucia y grotesca. Tiene lugar una caída a los infiernos, una degeneración propia de los finales de las películas de Martin Scorsese como 'Uno de los nuestros' o 'El lobo de Wall Street', donde el protagonista tiene realmente el agua al cuello y busca una solución desesperada.

En resumen, 'Babylon' es la declaración de amor de Damien Chazelle al mundo de las películas pero un ataque frontal a la industria que las genera (especialmente, claro, la norteamericana). Con un reparto más que estelar y unas secuencias para el recuerdo, la cuarta película del cineasta lo consolida (todavía más) como una de las voces más atrayentes e hipnóticas del panorama, y repasa con mucho humor y profundidad uno de los cambios más importantes y rocambolescos de la historia del cine. Solo queda saber qué papel jugará en la carrera de premios este año (ya que su papel en la taquilla ha sido prácticamente inexistente). Esperemos que uno importante, lo merece.

Nota: 8

Lo mejor: La virtuosa realización de Damien Chazelle, que abandona al espectador a su suerte frente a unas poderosas y mágicas imágenes. Las interpretaciones y la banda sonora.

Lo peor: El brusco pero necesario cambio de tono y de ritmo que divide a la película en dos. Le pesa su tercer acto aunque cierra adecuadamente.

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